Llegaba el mes de marzo de 1982. La segunda ronda de la liga soviética estaba a punto de terminar. VEF Riga y Dinamo de Moscú se enfrentaban en la capital letona con perspectivas diferentes. Los locales no se jugaban nada, excepto su honor. Ocupaban la séptima plaza de los ocho supervivientes y alcanzar la cuarta plaza del Zalgiris era una misión imposible. El Dinamo de Moscú estaba peleando con los lituanos y el Spartak por la tercera plaza.
Ensombrecido en su día por sus vecinos del ASK, el VEF era un equipo que no solía aspirar a grandes cotas. Por esa misma razón, su entrenador Maigonis Valdmanis, alentó a sus hombres a realizar un esfuerzo extra por culpa de la ausencia de dos de sus titulares y dar una alegría a sus aficionados… o morir de pie en el intento. La estrella del conjunto local era el base Valdis Valters, internacional con la URSS, que había sido elegido recientemente mejor jugador del Eurobasket de 1981. Otros jugadores que destacaban eran Andris Jekabsons, alero de 1’97; Igors Miglieniks, escolta de 1’94; o Ivars Zvigurs (no confundir con su hijo Ivars Rihards). El Dinamo de Moscú era un equipo ultraofensivo comandado por el alero de 25 años, Nikolai Fesenko, el pívot Sergei Grishaev y un prometedor escolta de madre española llamado Jose Aleksandrovich Biriukov. Ninguno de los aficionados presentes en el Daugava Sports Hall esperaban ser testigos de un partido como el que presenciaron, ayudado por las características de los jugadores, la filosofía de sus entrenadores y la bondad de las defensas.
Y de entre todos los jugadores, uno por encima de todos, sacó a relucir el tremendo potencial ofensivo que por circunstancias de su posición en el campo y la disciplina férrea de Alexander Gomelski, nunca pudo poner en práctica con su selección. Quizás por eso su talento pasó desapercibido entre tantos grandes jugadores de su generación. Eso, y su rechazo por abandonar a su tierra natal desoyendo los cantos de sirena del todopoderoso CSKA Moscú. Valters se enamoró del baloncesto desde muy pequeño y creció idoltrando a un jugador que se convertiría en su padre deportivo, su entrenador Maigonis Valdmanis, 3 veces campeón de la Copa de Europa con el ASK Riga a finales de los 50. Valdmanis supo explotar las virtudes de Valters, un jugador que se escapaba al arquetipo de base de los años 70. Con su 1’95 de altura era algo inusual que un jugador de su talla dirigiera a su equipo, pero además de sus dotes de dirección, Valters tenía todas las herramientas que llevan de serie los grandes anotadores: un excelente tiro de media y de larga (muy larga) distancia, una extraordinaria capacidad de dribbling, creatividad y sobre todo el don de la improvisación, era completamente impredecible. Podría haberse convertido sin mucha dificultad en un escolta de 30 puntos por partido, pero en lugar de ello, desarrolló su juego desde la posición de base.
Valters tuvo una relación de amor-odio con la selección de la URSS, viviendo grandes momentos como las dos medallas de oro europeas y una mundial, a las que acompañó de dos medallas de plata y una de bronce. Pero también hubo momentos amargos con el combinado nacional. La relación entre Valdis Valters y Alexander Gomelski fue complicada desde sus inicios, Gomelski le consideraba un jugador egoísta ante quienes le insistían en su inclusión en la selección, argumentaba que no iba a ser sencillo acoplar a jugadores como Mishkin, Belostenny o Tkachenko a la velocidad de juego a la que operaba Valters. Desde su juventud, Valters fue un jugador descarado y autoritario en la pista, cualidades que le convertían en un líder pese a su juventud. «Cuando estaba sobre la cancha, yo era un jugador feliz. Nos complementábamos a la perfección», recordaba Eremin.
Gomelski simepre le miró con cierto recelo, el mismo que apartó a Valters de la convocatoria de los JJOO de Moscú 80, o los de Seul en los que el zorro plateado prefirió la presencia del estonio Tiit Sokk. Tampoco pudo estar en Los Angeles cuando era un indiscutible de la escuadra soviética, pero el boicot de la URSS dejó a Valters sin participar en unos JJOO. Esa fue una espina clavada en su carrera.
«Recuerdo su debut en unos grandes campeonatos en 1981, en Praga. Cambió por completo el estilo de juego de la selección, que pasó de ser un equipo que jugaba a medio campo a ser un equipo que aprovechaba la oportunidad que le brindaban nuestros pívots para correr el contraataque. Nunca habíamos tenido un base de esas características que nos permitía anotar bandejas sencillas. Ese juego dinámico y alegre fue lo que nos faltó en los juegos de Moscú», recuerda el ídolo ruso Sergei Belov. En la retina de muchos aficionados todavía está el triple que anotó en las semifinales del Mundial de 1986 para forzar la prórroga contra Yugoslavia, después de ir perdiendo por 9 puntos a menos de dos minutos para el final del partido.
Pero volviendo a la inolvidable noche de aquel 3 de marzo en Riga, Nikolai Fesenko comenzó el partido desatado, encontrando rápida respuesta en Valters y Jekabsons. La corta duración de los ataques y el acierto de ambos equipos se puso de manifiesto en el marcador. Minuto 11, 32-31 favorable a los locales. La proyección anotadora y el intercambio de canastas fue la tónica de esta primera parte (68-65).
«Valters estaba poseído, no había quien pudiera detenerle. Se la jugaba a los cinco segundos de posesión. Ellos tampoco se quedaban atrás. Parecía más un partido de tenis que uno de baloncesto», recordaba Igor Miglieniks
Tras el descanso, José Biriukov apareció para relevar en la anotación a Fesenko en el Dinamo de Moscú, pero Valters seguía con su recital particular y mantenía a su equipo por delante (101-99, min. 31). En un momento de la segunda parte, se anunció por megafonía que el base del VEF Riga llevaba 51 puntos anotados, algo que enfureció a Valdmanis: «Ahora que lo sabe, se olvidará de sus compañeros», pensaba para sí el entrenador letón conociendo el carácter anárquico de su jugador. El partido llegaba a su final y cuando parecía que la victoria local estaba asegurada, Kuztnesov perdió un balón y cometió una falta que Fesenko no desaprovechó desde la línea de tiros libres. Un último intento a la desesperada de Zvigurs no evitó que se llegara a la primera prórroga,
Valters había anotado la friolera de 69 puntos, con una serie de 29 canastas en 51 intentos, y 11 tiros libres de 12 lanzados. «Nadie defendía en ninguno de los dos equipos. Valters y Fesenko anotaban todo lo que caía en sus manos. Cuando Igor (Miglieniks) y yo llegamos a la selección junior, todos se burlaban de nosotros, por los guarismos exagerados», relataba Biriukov. Pero la principal fuente de anotación de los locales se frustró. A los 20 segundos de comenzar la primera prórroga, Valters fue eliminado. Poco tiempo después le siguió Biriukov, que abandonó el partido con 20 puntos anotados. Apenas quedaban un par de segundos para finalizar la prórroga y en esta ocasión eran los visitantes los que saboreaban las mieles del triunfo, pero una milagrosa canasta de Zvans desde el medio campo alargó el partido otros cinco minutos (144-144). El el segundo tiempo extra los letones estuvieron más precisos y se llevaron el partido por 155-152 completando la mayor anotación conjunta en un partido de la liga soviética.
En los locales, además de los 69 puntos de Valters, Jekabsons anotó 21 y Zvigurs 19. Nikolai Fesenko, se erigió en el antagonista de Valters y anotó 52 puntos, que fueron acompañados por otros 23 Grishaev. Fue una oda al baloncesto ofensivo impulsada por la desinhibición de ambos entrenadores y la inspiración de las dos estrellas de ambos equipos. Y sobre todo, fue una demostración del juego que Valters podía desarrollar sobre una cancha de baloncesto cuando daba rienda suelta a todo su talento.
Ficha del autor
Aficionado al baloncesto y al deporte en general
En 'Tiempo de Basket' desde 05.04.2021







