viernes, diciembre 5, 2025
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El paradigma de Ben Wallace (Volumen 1)

Es bien sabido que el talento es un factor aleatorio, injusto en cierta medida. ¿Por qué unos individuos tienen la facilidad de realizar ciertas acciones que a otros les parece imposible? No tenemos la certeza de saber a quién le tocará el boleto del talento en cualquier aspecto de la vida pero es especialmente sangrante en aquellos campos donde la sociedad los premia de manera desproporcionada y, el baloncesto, entra en esta categoría. Cientos y miles de horas entrenando un lanzamiento cuando el resultado es inferior a alguien que simplemente le sale por naturaleza, sencillamente coge el balón y con un par de directrices es capaz de encestar una y otra vez. La frustración del que no tiene talento puede llevar a la desesperación continua o permanente por ser consciente de convertirse en un ser que quiere y no puede. O no. Todo lo anterior sería correcto para el 99% de la población, pero siempre existe alguien que rompe la norma, alguien que, de algún modo, se eleva por encima del resto para desafiar a las estadísticas, quizás no es un caso único en el más estricto sentido del término, pero sí lo podríamos considerar paradigmático.

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Ben Wallace nació el 10 de setiembre de 1974 en White Hall, Alabama. Ya desde su adolescencia destacaba por sus capacidades físicas y atléticas, en el instituto era capaz de dominar en fútbol americano y en baloncesto, pero se decidió por este último para terminar jugando para la universidad de Vaunion. En esta etapa, que duró un par de años, su rendimiento le proporcionó la capacidad de ser un jugador interior correcto, sus 14,4 puntos y 9,5 rebotes por partido en el primer año y sus 12,5 y 10,5 en su segundo así lo acreditaban. Sin embargo, la estadística que le convirtió en un jugador diferencial era en defensa, sus 3,5 tapones por partido hacían al bueno de Ben una fuerza interior infranqueable. Ya en su etapa colegial se erigió como una especie de potencia de la naturaleza que trasladaba a sus adversarios el miedo de tener la certeza de recibir un tapón si osaban lanzar cerca de él. Pero si en defensa era una garantía en ataque parecía que tenía la muñeca de madera, su media de puntos en la universidad era insuficientes para llamar la atención de alguna franquicia de la NBA y más si tenemos en cuenta que la gran mayor parte de esos puntos venían de hundir la pelota hacia abajo. Otro problema vinculado que no podía sorprender a nadie era su porcentaje de los tiros libres: un escaso 40%. Estamos en un contexto en el año 1996 donde la NBA se estaba convirtiendo en una máquina defensiva, por suerte de Wallace, y ni aun así parecía que podría tener un encaje fácil.

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Wallace nunca perdió la esperanza de ser elegido en el draft después de su etapa universitaria. El draft de Allen Iverson, de Stephen Martbury o de Ray Allen parecía no tener cabida para Ben, un jugador diferente que no poseía el talento natural para dar el salto al profesionalismo, o eso pensaban muchos. Después de largos períodos de intentar mostrar sus habilidades en los campus predraft y entrenamientos diversos, hubo un equipo que confió en él: los entonces llamados Washigton Bullets. De este modo, y bajo un contrato de 247.500 dólares anuales, Ben Wallace debutó en la NBA el 1 de noviembre de 1996. No había sido fácil, pero había conseguido su oportunidad, una oportunidad que temió no hacía mucho que jamás llegaría, ya que meses antes había probado suerte en Europa en el equipo italiano Reggio Calabria. Wallace solo llegó a jugar un partido en el que anotó 6 puntos y cogió 8 rebotes en poco más de 20 minutos de juego. Pero eso ya era cosa del pasado, ahora podría demostrar su juego en la mejor liga del mundo.

Los caminos de rosas no suelen ser habituales en el profesionalismo ni en la vida en general, en los Bullets Wallace tuvo un papel testimonial: 5,8 minutos por partido así lo acreditaban. Sí, era muy fuerte, era un atleta de élite incluso dentro de la élite, tenía un timing de salto casi perfecto y su intensidad y agresividad lo hacían un jugador distinto al resto, quizás demasiado distinto. Le seguía costando una barbaridad meter la pelota dentro del aro, en su primer año tuvo unos porcentajes de tiros de dos dignos del peor jugador amateur: 34% pero es que en tiros libres le fue incluso peor, un 30%, Wallace no solo no tenía talento ofensivo, es que parecía que cualquiera que pasara por la calle la metería antes que él. El joven Wallace no desistió y en su segundo año en Washington, ahora llamados Wizards, subió sus prestaciones. Todavía era un jugador especialista, en la época en la que en la NBA consideraba que los jugadores solo se debían dedicar a hacer aquello que hacían mejor parecía que había un hueco para Ben y él, seguramente se sintió aliviado que no le pidieran más de lo que podía dar.

En su segundo año promedió 3 puntos para casi 5 rebotes y, sobre todo, 1,1 tapón por partido en 16 minutos, no estaba mal para un jugador especialista de rotación interior. Le pidieron que saliera, y que lo diera todo en la cancha, que para anotar ya estaban otros, que él a lo suyo y eso hizo. Parece que algo funcionaba dentro del juego del jugador de Alabama y los Wizards, conscientes de ello, lo renovaron por 2 años más pagando más del doble de su contrato anterior: 800,000 dólares anuales el primer año y 893,750 el segundo. Wallace seguía siendo un especialista interior que cobraba y jugaba poco, pero se iba labrando a base de trabajo y perseverancia un nombre en la liga. En su tercer año su crecimiento siguió, parecía como si a Wallace se le hubiera grabado a fuego una consigna en la cabeza, “la zona interior es mía”. Subió aproximadamente 10 minutos por partido, ya estaba en más de 26 y lo acompañaban más de 8 rebotes y 2 tapones. La proyección de tapones por 48 minutos era absolutamente salvaje sin embargo seguíamos con los problemas ofensivos, no en porcentaje, ya que sus puntos venían casi exclusivamente de debajo del aro, si no en esa monodimensión de no ser capaz de generar ni un solo punto sin que te lo sirvan en bandeja.

Antes de empezar su cuarta temporada fue traspasado a los Orlando Magic, en el equipo de Florida por primera vez fue titular en todos los partidos de temporada regular, curiosamente sus estadísticas bajaron ligeramente ya que sus minutos también sin embargo tenía una regularidad que supo aprovechar para aprender de ella. Su etapa en Orlando fue la de consagración de jugador especialista limitado pero que podía aportar en ciertos aspectos tan necesarios y que casi nadie quiere hacer, es decir, Ben Wallace hacía el trabajo sucio y se le daba bastante bien. El momento diferencial en su carrera fue su traspaso a los Detroit Pistons, se le incluyó en ese famoso intercambio que llevó a Grant Hill con un tobillo destrozado a unos Magic que esperaban poder reunir a Tim Duncan y a Tracy McGrady junto a la estrella de los Pistons. El equipo, la ciudad y la cultura de la Motown le sentaron a Wallace como anillo al dedo, una ciudad acostumbrada a trabajar duro, desde las fábricas hasta las frías calles de Detroit, habían alcanzado la gloria con el equipo liderado por Isiah Thomas unas décadas antes. Wallace era un completo reflejo de ese equipo y de la ciudad: donde no se tiene talento hay que compensarlo de alguna forma, los Bad Boys lo entendieron muy bien y lo llevaron al extremo y la ciudad, reflejo de ese equipo de guerreros sin talento, se sentía parte de ellos.

En su primer año en los Pistons, Ben Wallace mostró el potencial que podía alcanzar, pasó de 8 rebotes por partido en los Magic a más de 13 en Detroit y, más importante aún, 2,3 tapones que lo lanzaban entre los jugadores más intimidadores de la liga. El bueno de Ben trabajaba duro y jugaba duro, no era una bailarina eso no era lo suyo, era un sepulturero y tenía muy claro lo que debía hacer. Fue en esa primera temporada en la ciudad del motor cuando por fin encontró su hueco en la liga, un encaje que nadie había entendido hasta entonces y al que sería capaz de explotar hasta alcanzar las cotas más altas jamás presenciadas para un jugador de sus características, hasta el punto de convertirlo en el paradigma de un hombre que, sin meter un solo punto en un partido, era capaz de dominarlo.

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En 'Tiempo D3 Basket' desde 19.10.2023

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