Cuando era adolescente tenía un corcho en mi habitación, de esos que se utilizan para colgar un poco de todo: calendarios, recordatorios, notas del instituto y hasta el dibujo de un dinosaurio que me recordaba a una de mis películas favoritas del momento: Jurassic Park. Todo parecía obrar en armonía, pero si uno se acercaba y observaba con detalle había un elemento que era distinto a los demás, había unas páginas impresas en blanco y negro colgadas con un alfiler que tenían un espacio de honor en esa amalgama de ebullición adolescente. Para mí, en esas líneas había fantasías sin fin, similares a dragones e hidras se hablaba de seres fantásticos que parecían imposibles de concebir, seres cuya existencia solo podría hallarse dentro de la imaginación del más fantasioso escritor de ciencia ficción, no obstante, el autor del artículo insistía en que, en algún momento y lugar, esos seres habían tenido su espacio y tiempo en el mundo real. Me encantaba leer aquello, me recordaba que no todo es lo que parece y que en ocasiones nuestras creencias nos encorsetan en nuestro propio mundo interior, el artículo me obligaba a levantar la cabeza para observar más allá de mis propias narices.
Pasan los años y uno deja la habitación que lo vio crecer, con una mochila en la espalda se va con las esperanzas y sueños del joven que cree que todo es posible. El artículo ahí se quedó hasta que alguien decidió que su momento había llegado y fue eliminado de nuestras vidas, o mejor dicho, fue eliminada su forma física ya que la resonancia que dejó en mí nunca desapareció del todo. Tiempo después un amigo de toda la vida me recomendó un podcast de baloncesto, sabía de mi gran pasión por el deporte de la canasta y mi devoción por escuchar la radio, y me contó que era lo mejor que había escuchado en su vida, o quizás exagero un poco. Recuerdo mirarlo con tinte de superioridad y desconfianza, ya que yo era muy consumidor de este tipo de contenido y estaba convencido que, si yo no lo conocía es que tampoco podía ser tan bueno. “Venga tío, que te va a encantar”, me decía, “hay uno sobre Jaylen Brown que vas a alucinar”, bueno, en realidad me fiaba bastante de su criterio así que accedí. Creo que jamás en mi vida había agradecido tanto algo a un amigo, el podcast me dejó maravillado, en él había dos voces que hablaban sin parar y de manera magistral de la vida y obra de Brown, al igual que unos cirujanos desgranaban cada parte de su vida y juego como pocas veces había escuchado, sin duda estaba delante de dos profesionales de gran nivel.
Desde entonces El reverso se convirtió automáticamente en uno de mis podcasts favoritos, no solo de baloncesto sino de todos los que escuchaba habitualmente. Las historias que allí se contaban y de la manera como se contaban me hacían viajar más allá del atlántico en el país donde, según dicen, los sueños se cumplen. Yo conocía la NBA, conocía a muchos de sus jugadores, pero el nivel de especificación que se exponía en el reverso era el caviar de las ondas, me reservaba siempre un pequeño espacio para escuchar con atención aquellos capítulos, atento hasta el último detalle que nos narraban Andrés Monje y Gonzalo Vázquez, unos auténticos virtuosos del oficio. Siempre descubría, siempre aprendía y siempre disfrutaba, así eran y de hecho son, ya que siguen haciendo el podcast, la experiencia con la que me sumergía con ellos en los capítulos. Me gustaba tanto escucharlos que empecé a indagar un poco; a Andrés le conocía bajo la forma de analista técnico en Movistar +, una especie de Antoni Daimiel moderno con el ojo clínico de quien sabe muy bien lo que se dice. Ya era antes uno de mis comentaristas favoritos y el descubrimiento de El reverso solo fortaleció mi opinión sobre él. ¿Pero quién era Gonzalo Vázquez? Lamento confesar que, pese a haber estado muchos años leyendo la revista Gigantes del Basket, nunca me quedé con el nombre de sus autores, automáticamente pensé que seguramente estaría de algún modo implicado y su nombre me resultaba familiar por haberlo leído ahí en algún momento.

Posteriormente, ni muy tarde ni muy temprano, recordé por casualidad el artículo que tenía colgado en el corcho de mi habitación y quise recuperarlo para volver a leerlo. La verdad es que no sabía cómo empezar a buscarlo ya que solo recordaba (y muy bien) el contenido, pero no quedaba rastro ni del título ni del autor en mi mente. Me puse a buscar en Google sin mucha esperanza, empecé por lo básico, es decir, por las palabras clave; que si Rucker Park, que si artículo, que si Earl Manigault. Estuve buceando un buen rato hasta que me saltó un enlace con un título que reconocí de inmediato “La historia más grande jamás contada”, parece que lo había encontrado y tampoco me había costado tanto, cosas de rendirse antes de empezar, supongo. Lo volví a leer de inmediato con el temor que el paso del tiempo me hubiera hecho un crítico feroz y que terminara por reírme de mi yo adolescente pensando en cómo me podía haber gustado semejante basura, nada más lejos de la realidad. El artículo me gustó más que antes, y no solo por lo que contaba si no que el paso de los años me habían otorgado la capacidad de apreciar cómo se contaba. Vaya, que un escritor de talento hablando de baloncesto no suele ser lo habitual en el mundo del deporte ni que la literatura periodística tenga tal calidad y, para mí, mal escritor, pero buen lector, tenía la bendición de poder apreciarlo en su justa medida.
Cuando estaba finalizando el artículo, con la convicción que volvería a él más veces, fui a ver el nombre del autor y me sorprendió ver que era Gonzalo Vázquez. Y cuando digo sorprender es solo una manera de hablar, ya que familiarizado como estaba con sus reflexiones en El reverso la sorpresa no podía haber sido menor. No dejaba de ser curioso que durante mi adolescencia había tenido colgado en mi corcho un artículo del autor que años después se convertiría en mi podcaster favorito, cosas que ocurren, imagino. También descubrí que tenía un par de libros publicados, ¿cómo iba yo a resistirme a hincarle el diente? Así que me hice con un ejemplar de Secretos a contraluz, un buen recopilatorio de anécdotas de la NBA, buen libro, nada que decir. Pero fue hasta no hace poco cuando por alguna red social vi que estaba a punto de publicar un nuevo libro, Viaje al centro de la NBA se titulaba, cuando realmente me di cuenta de la magnitud de la grandeza de Gonzalo. Como buen fan me compré el nuevo libro y lo dejé en un rincón de mi biblioteca personal esperando su turno, que iba a llegar pronto.
No me alcanzan las palabras para describir lo que significó para mí su lectura, fuera de la exposición de un sueño realizado, Gonzalo se nos desnuda de manera brillante en un libro que nos cuenta más del autor que del baloncesto profesional estadounidense. Una pluma maravillosa lo convierte en un auténtico rara avis en eso del periodismo deportivo, daba gusto leer cada línea, como si hubiera hablado de la reproducción del escarabajo pelotero, que hubiera disfrutado igual. Pero no, hablaba de baloncesto, cuya pasión inamovible impregna en todas y cada una de las páginas. Cuando empecé la lectura quería saber cómo eran las entrañas de la monstruosa ingeniería de la NBA, es decir, cómo funcionaban las franquicias a nivel interno, cómo los periodistas podían acceder a los jugadores y sobretodo anécdotas, me sentía hambriento de anécdotas, pero esto se fue diluyendo de manera progresiva. Las reflexiones del autor empezaron a tomar el mando de mis intereses, su manera de vivir el Madison o el Garden, la manera como se emocionaba cuando Kevin Garnet hacía de las suyas, sus primeras palabras con Lebron James a quien admiraba desde sus inicios o como sentía lástima por un incomprendido Beasley cobraba una dimensión mucho más grande que las propias vivencias que contaba. Uno, que lleva ya un tiempo siguiendo esto del baloncesto, sentía a Gonzalo como a uno de los suyos, y su prisma era compartido por quien hablamos el mismo idioma, un idioma universal que sin embargo es incomprensible para los que no lo hablan.
Puede que una de las anécdotas que puedan ilustrar mejor lo que estoy intentando transmitir es cuando Gonzalo tuvo un pequeño enfrentamiento con su profesora de inglés en Nueva York. El autor nos cuenta como se le recrimina en más de una ocasión que escriba y que hable siempre de lo mismo, es decir, de baloncesto, él se indigna e intenta con más o menos éxito decir que eso es lo que le interesa y que no tiene por qué hablar de cosas que no le generan la más mínima inquietud. La profesora se retira poco convencida así que Gonzalo, días después, en una ocasión donde se le permite hablar para toda la clase hace un alegato, una defensa de porqué para él es importante el deporte de la canasta, no quisiera citarlo de manera errónea así que no lo reproduciré literalmente, pero la idea principal que transmite es que él está convencido que la vida puede ser comprendida a través del baloncesto y su entorno. Creo que aquí existe un nexo común que nos une a todos los que entendemos este lenguaje universal del que hablaba antes, un punto de no retorno que nunca sabes si es bueno o no pero que te hace ver la realidad desde una determinada manera. En este sentido siempre existe el dilema que todos nos planteamos, del que cada vez que nos alejamos estamos más cerca, ya que según dicen, el baloncesto, es solo un juego.
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Ficha del autor
En 'Tiempo D3 Basket' desde 19.10.2023







