El draft del 87, uno de los más prolíficos de la historia, con David Robinson como número uno y otros ilustres de la talla de Scottie Pippen o Reggie Miller en la lista, fue el último que tuvo más de tres rondas. Un interminable reguero de nombres en el que destacó el puesto 127 de un tal Sarunas Marciulionis.
Larry Richard y el tiro libre
Incluso habiendo tantas plazas, el protagonista de nuestra historia, Larry Richard, no pudo encontrar su hueco en él. Miembro de la generación del 65 e integrante de la modesta Texas Christian University, centro inaugurado a principios del siglo XX con poco pedigrí baloncestístico y cuya representación en la NBA ha sido siempre la excepción, Richard hizo las maletas y se marchó a la aventura en Turquía.
El Eczacıbaşı, un club que llegó a tutear y a robarle un par de títulos de liga al todopoderoso Fenerbahce, le llamó para reforzar su juego interior. Los 202 centímetros de Richard suponían brega y lucha en cada minuto en pista. Comandó, junto a Petar Naumoski, otro ilustre foráneo del baloncesto europeo, la liga en blanco del Efes Pilsen en 1993, su segundo club en el país otomano. Una temporada en la que arrasaron en la competición dejando a cero el casillero de derrotas tanto en liga regular como en playoffs. Como muestra de su superioridad los resultados de los tres partidos de la final ganados por 27, 26 y 22 puntos de margen respectivamente al Fenerbahce, equipo en el que, por cierto, Richard tuvo tiempo de ganar otra liga anteriormente, en 1991. Sin embargo, la impronta que dejó en el baloncesto está al margen de su palmarés.
Los aficionados más veteranos recordarán como el tiro de cuchara fue relativamente habitual hasta los años 70 y 80. Nadie se extrañaba al ver a Radivoj Korac o Rick Barry acudir al tiro libre e impulsar el balón desde la cintura con ambas manos hacia arriba. Con un porcentaje más que notable, por cierto.
La línea que supone un regalo para mejores tiradores, la misma que vivió un idilio con José Manuel Calderón en la temporada 08/09, fallando solo tres de los 154 que intentó y batiendo el récord histórico de la competición. Y al mismo tiempo, la eterna condena de Shaquille O’Neal, protagonista del famoso hack a Shaq, esa dudosa artimaña legal que permite cometer faltas sin parar sobre el peor lanzador del otro equipo. El gigantesco center de Orlando Magic y Lakers, entre otros equipos, firmó un 52’8% a lo largo de su carrera. Incluso así, alcanzó la sexta posición en la tabla de máximos anotadores. Supuso un calvario también para otro Hall of Fame como Wilt Chamberlain, con peor porcentaje que O’Neal. En ‘la noche de los 100 puntos’, sin embargo, la fortuna le acompaño y destrozó su historial con un sobresaliente 28/32. Igualmente, catapultó a las portadas en 1990 a Chris Dudley, capaz de encestar tan solo uno de los 18 lanzamientos que intentó en un infame record muy difícil de quebrantar. Asimismo, podríamos mencionar a Ben Wallace, que jamás alcanzó el 50% en ninguna de sus dieciséis temporadas como profesional.
Pero volvamos a Larry Richard
Richard no tenía tiro exterior, su hábitat natural se encontraba dentro de la zona. Cuando recibía en el poste bajo, solía ser insuperable, de ahí la cantidad de faltas recibidas. No daba otra opción a sus rivales. Y al dirigirse a la línea del cuatro sesenta, comenzaba su ritual. A imagen y semejanza de un lanzador de peso, obviando el magnesio del cuello, colocaba el balón, sujetándolo con una mano solamente. Desde ahí, ladeando ligeramente la cabeza para no interferir en la dirección, con una mínima flexión de las rodillas, estiraba su brazo dejando una estampa irrepetible.
Por si fuera poco, Richard, que desarrolló toda su carrera en Turquía formando parte de ambos gigantes (Fenerbahce y Efes) y llegando a jugar en la Euroliga, encontró el obstáculo de la FIBA que, en 1988, introdujo la regla del 1+1 en el tiro libre.
Los tiros de Richard tenían dos opciones: entrar absolutamente a capón o rebotar con violencia en el aro. Al abandonar sus manos, el balón describía un arco prácticamente insignificante que parecía abocado al fracaso con mucha más probabilidad de la que arrojaban las estadísticas.
No tenía elección. La estrambótica técnica era inevitable, una vía de escape para la lesión crónica en los hombros que le castigó durante su carrera y que, finalmente, también le obligó a retirarse cuando aún era una referencia para sus compañeros.
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Aíto García Reneses, que entonces dirigía la nave del FC Barcelona, tuvo la oportunidad de verlo en directo. Su cara, resoplando y buscando una explicación inexistente a tan extraordinario fenómeno, habla por sí sola. ‘Don Alejandro’, que a sus 74 años aún sigue al pie del cañón en el Alba de Berlín, seguro que se acuerda con nitidez de aquello.
Richard prefería machacar el aro rival, anotar y minar la moral de sus defensores. A pesar de todo, mantuvo el promedio de su etapa universitaria, siempre por encima del 60%, y dejó el sello de su imperfecta belleza. La rúbrica del que, probablemente, sea el tiro libre más feo de la historia.
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