domingo, octubre 12, 2025
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El ocaso de los ídolos

Vivimos en la sociedad de la crítica, la crítica constante hacia lo que no nos gusta, no nos atrae o simplemente es diferente a lo que nosotros presuponemos que debería ser. Por ejemplo, ¿Cuántas veces se ha criticado un film por el simple hecho que no cumple con las expectativas que previamente hemos depositado en él? Si el director no hace lo que yo creo que debería hacer ya empiezo con la artillería en forma de crítica de menor o mayor intensidad. El deporte, que forma parte de la sociedad, recibe su dosis de crítica injusta también. Sí, ya sabemos que esos chicos que se visten de corto y juegan al deporte que muchos amamos son unos privilegiados, también sabemos que cobran mucho dinero, demasiado en realidad, pero oigan, es el mercado amigo, ¿no? Estos muchachos a los que admiramos, idealizamos y divinizamos cuando nos conviene y cuando no, los bajamos hasta el octavo círculo del infierno, tienen, a pesar de que nos cuesta mucho entender, características humanas.

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Hace años, un Dirk Nowitzski ya retirado hizo unas declaraciones en un periódico de su país natal que me llamaron poderosamente la atención, el exjugador alemán se quejaba de cómo había gestionado su físico en sus últimos años en los Dallas Mavericks. Y es que, no es ningún secreto que el bueno de Dirk llevó su físico más allá de lo debería soportar cualquier cuerpo humano que pretendiera vivir más de 40 años. Sus palabras fueron muy reveladoras, “Ojalá me hubiera retirado antes” decía, “de este modo ahora mismo podría jugar a fútbol con mis hijos”. La leyenda de los Dallas hacía explícita una cuestión medular en el deporte profesional, pero que pocos se ven capaces de abordar por las razones que sean. La etiqueta de privilegiados les priva de cualquier queja o crítica hacia lo que es su profesión, una profesión que, a diferencia de todas las otras, ya se le presupone una especie de vínculo especial casi místico, es decir, el jugador de baloncesto debe amar al deporte de la canasta por encima de todas las cosas, y si no, el privilegiado desagradecido se le relega a una clase de ostracismo social del que se hace difícil salir.

Nowitzski dijo lo que dijo porque tiene los galones suficientes para ello, un MVP de la liga regular o un anillo para el equipo de su vida son solo unos ejemplos que le avalan para ello. Sin embargo, la caja ya estaba abierta y se preguntaba a modo de reflexión: ¿qué sentido tiene alargar innecesariamente una carrera donde ya lo ha sido prácticamente todo en la NBA? O dicho de otro modo, estos dos últimos años donde jugaba pocos minutos y de poca calidad ¿a qué se deben? Seguro que en su momento tuvo sus razones, pero esta decisión que le pudo parecer acertada tendría consecuencias físicas durante el resto de su vida, y en condiciones normales, no serían pocos años. Dolores, poca movilidad o degeneración articular temprana pueden ser el precio a pagar de las leyendas, o quizás no. Dirk ya era una leyenda antes de estos dos años que solo le sirvieron para quebrar aún más sus 213 centímetros de altura.

Dejando de lado el caso Nowitzski, que desde luego es una exageración, debemos pensar en los jugadores de perfil medio o bajo. Estos jugadores están sujetos a una enorme presión por parte de sus franquicias o clubes para que puedan aportar lo antes posible, esto muchas veces se traduce en el sobreesfuerzo de su principal herramienta de trabajo: su físico. Podemos volver al argumento del principio, son unos privilegiados y no tienen derecho a quejarse, pero decir esto no nos aleja de la realidad. Puede que las grandes superestrellas tengan al fin la economía solucionada y se puedan dedicar el resto de su vida a cuidar paliativamente su maltrecho físico, pero esto es así para el jugador medio – bajo que, al final, son la grandísima mayoría. A esta clase de jugadores se les presiona para que jueguen con un tobillo torcido, una rodilla maltrecha o un hombro en estado pseudofuncional todo por el bien del equipo y para demostrar su compromiso con el propio deporte. Para su vida posterior puede ser más complicada la recuperación o la estabilización de sus lesiones ya que, quizás, no tengan la potencia económica suficiente para ello. ¿Y si deben volver a trabajar en algo que requiera cierto esfuerzo físico? Todos conocemos casos más o menos lejanos.

El equilibrio es complicado y extraño, bajando un escalón nos podemos encontrar con esos jugadores que, debido a la presión de su entorno, lo han dado todo para poder llegar a ganarse la vida en el baloncesto profesional y no lo han conseguido o lo han logrado a medias. Esto se suele traducir en personas que se sienten estafadas por la sociedad, ellos han cumplido su parte, han entrenado todas las horas posibles, han jugado hasta que el físico les ha dicho basta y ahora, en el ocaso de su carrera deportiva, se encuentran con un físico de una persona de 60 años, pero con más de 30 años de trabajo por delante para llegar a su propia jubilación. Una vez más la máxima de, con esfuerzo y trabajo todo es posible, se pervierte hasta el punto de un estúpido eslogan para coach baratos. Si les preguntas a este perfil de exjugadores si creen que todo lo andado ha valido la pena, algunos te dirán que sí y otros que no, pero volviendo a Nowitzski, deberíamos tener claro que nada justifica no poder jugar a fútbol con nuestros hijos.

Juan Antonio San Epifanio “Epi”

Existen otros jugadores de gran nivel que han realizado o se sabe que han sufrido del mismo modo, es un hecho sabido que Juan Antonio San Epifanio o “Epi”, cuando se retiró no volvió a coger nunca más un balón de baloncesto y no fue por falta de ganas sino porque, en su ocaso, forzó la máquina a unos niveles imposibles. Otras declaraciones más recientes de Shaq refuerzan lo que quiero transmitir, “ando un poco raro y casi no puedo girar el cuello” dijo el bueno de O’Neal refiriéndose a su desgastado estado físico. Otra vez se nos presenta el mismo dilema, ¿hasta qué punto vale la pena forzar la maquinaria humana hasta este límite por dinero, fama o simplemente poder ganar algo de dinero? Como también hemos dicho antes, puede que sea el precio a pagar, pero incluso en los estamentos más altos, en las clases más privilegiadas, me parece un precio excesivo. Y hasta ahora estamos hablando de casos puramente mecánicos, hay otras dolencias más graves asociadas a la práctica prolongada de baloncesto profesional, el corazón es uno de los órganos que más le afecta estos sobreesfuerzos. De este modo tenemos arritmias, infartos o, en casos más graves, la muerte.

Volviendo al inicio, el público en general no sabe o no quiere saber de esta problemática ya que lo único que le importa es que su equipo gane, ya no que juegue bien o dé el máximo en cada partido, que debería ser suficiente, sino que su equipo gane a cualquier precio. Obviamente es una exageración porque tenemos aficionados de todo tipo, pero sí existe un gran volumen que coincide con la descripción anterior, el mismo que postrado en su trono de caucho cerveza en mano, sabe más que cualquier entrenador de más de 20 años de experiencia, el mismo que dice que con lo que cobran, que menos. Una especie de inhumanidad nos suele atrofiar los sentidos con aquellos que disponen de un dinero que creemos que en realidad que no se merecen.

No existe una solución ni pretendo aportar nada novedoso en este pequeño y humilde espacio, solo mostrar una realidad que normalmente queda ocultada, una verdad que debería ser objeto de reflexión y de, una vez más, ser conscientes que todo es más complejo de lo que parece ya que, al fin y al cabo, los excesos se pagan.

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En 'Tiempo D3 Basket' desde 19.10.2023

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