lunes, diciembre 4, 2023
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Christian Laettner, el epítome del villano

Ganador de innumerables títulos y honores con los Duke Blue Devils, la controvertida y muy difamada figura de Christian Laettner apretó el gatillo una noche de marzo de 1992 para una única toma, The Shot, el tiro que se pudo escuchar en todo el mundo.

Christian Laettner ¿Héroe o villano?

Alfred Hitchcock dijo una vez: «Cuanto más éxito tiene el villano, más éxito tiene la película».

En sus guiones y en la gran pantalla, el maestro del suspense siempre prestó especial atención a los personajes malvados que impulsaban sus narrativas. ‘Psicosis’ fue convincente gracias a Norman Bates, mientras que James Mason en ‘Con la muerte en los talones’ y Joseph Cotten en ‘La sombre de una duda’ son los villanos arquetipo de Hitchcock, ambos rezumando encanto, villanos que el espectador se deleita en odiar.

Lo mismo ocurre con el deporte, donde el amor por un equipo o jugador tiende a ir de la mano del odio de los demás. Christian Laettner es un ejemplo de ello. A pesar de todos los récords que estableció al llevar a Duke a las cotas más altas, sigue siendo el jugador más odiado en la historia del baloncesto universitario. El frenesí continuo en torno a Laettner es tan cautivador que en 2015 ESPN le dedicó un documental completo a él y a su paradójico legado.

El título del documental de ESPN 30 for 30, ‘I hate Christian Laettner’, no se anda por las ramas, y ofrece una visión de cómo es percibido por aquellos que le rodean. Laettner era, sin duda, el villano perfecto: demasiado privilegiado, demasiado guapo, muy fuerte, demasiado alto, demasiado arrogante, demasiado condescendiente, demasiado blanco, demasiado desagradable. Entrevistado en el documental, el periodista estadounidense Gene Wojciechowski resume a Laettner en una frase corta:» Es uno de los 10 mejores jugadores de la historia del baloncesto universitario, y el mayor estúpido de todos los tiempos «

Es raro que los villanos sobre los que lees en los libros o ves en la pantalla del cine o la televisión triunfen al final por muy perspicaces y atractivos que sean. Pero Christian Laettner siempre tenía la última palabra. Con cada uno de sus éxitos, la aversión del público por el hombre tanto dentro como fuera de la cancha aumentó, hasta el punto de que se volvió estratosférica con la obra maestra que culminó el 28 de marzo de 1992.

En esa noche inolvidable, Laettner produjo una de las mejores actuaciones individuales jamás vistas en una cancha de baloncesto, en uno de los partidos más importantes jamás disputados, en uno de los desenlaces más cautivadores jamás visto en un encuentro a nivel universitario. Laettner nunca fue tan genial ni tan odiado como lo fue esa noche.

Ayudó que Laettner jugara para Duke, la universidad más despreciada de Estados Unidos. Su jugador estrella se convirtió en un punto focal de esa animosidad. Con los colores de los Blue Devils, Laettner se convirtió en el único jugador en la historia de la NCAA en hacer cuatro apariciones seguidas en la Final Four, ganando dos campeonatos nacionales seguidos, en 1991 y 1992. Durante sus cuatro años en la universidad en Durham, Carolina del Norte, rompió todos los récords de la NCAA, incluidos los de más puntos anotados, más partidos jugados, más partidos ganados, más tiros libres anotados y más tiros libres intentados.

Christian Laettner NCAA

Dado que hoy en día pocas estrellas universitarias completan sus estudios antes de declararse elegibles, es posible que los récords de Laettner nunca se superen.

Pero, ¿por qué este récord fue un pararrayos cuando Grant Hill, la otra gran estrella en ese momento en Duke, nunca tuvo tal efecto en la gente? Tal vez fue solo porque era Christian Laettner, un papel que asumió con entusiasmo. Un papel que invariablemente incluía el trash talking y juego sucio como agarrones, codazos, e incluso hacer sangrar a algunos de sus rivales …

«Prefería ganar muchos partidos de baloncesto y ser muy intenso que ser amigo de todos. No podía evitar que la gente me odiara, así que lo usé a mi favor. Me decía a mí mismo: ‘Voy a hacer que me odies aún más’. Pero no iba a perder el tiempo preguntándome por qué me odiaban o qué podía hacer para que me amaran».

Fuera de Duke, había pocas personas que pudieran soportarlo. Los aficionados rivales le odiaban. Tampoco caía bien a periodistas, entrenadores y, por supuesto, sus adversarios. Un día, cansado de ser sometido a un aluvión de codos discretos pero dolorosos de Laettner, Rod Sellers de UConn se hartó. Mientras Laettner estaba en el suelo luchando por el balón, el pívot de Connecticut golpeó la cabeza de su oponente contra el suelo, no muy discretamente. «Solo quería matarlo. De hecho, todavía quiero hacerlo», dijo Sellers. Incluso sus compañeros de equipo tenían sus roces con Laettner.

«Todos odiaban a Christian, nosotros también lo odiábamos y éramos compañeros de equipo, ¿sabes a qué me refiero?. Era simplemente arrogante. Se paseaba con unos aires que aparentaban decir ‘Soy mejor que tú’. Nunca he vuelto a jugar con alguien con una personalidad como la de Christian. Ha sido el compañero más difícil con el que he convivido. Siempre estaba tratando de provocarte. Rápidamente me di cuenta de que ese era Christian, un matón, a falta de una palabra mejor».
GRANT HILL

Esta relación con sus compañeros alcanzó otras cotas con Bobby Hurley, el diminuto base de Duke. Durante un partido contra Georgia Tech en 1990, los dos estuvieron a punto de emplearse a golpes sobre la cancha, bajo la mirada atónita de sus oponentes, compañeros de equipo y el legendario entrenador de Duke, Mike Krzyzewsky.

Laettner les decía sin cortapisa alguna a sus propios compañeros de equipo cómo debían jugar, les hostigaba, les empujaba, incluso les golpeaba. En su ánimo estaba motivarlos, mejorar su juego. No podía entender por qué Hurley se lo tomó tan mal. Antes de la Final Four de 1992, declaró en Los Angeles Times: «Bobby siempre ha respondido de una manera muy vengativa. Cree que me estoy burlando de él, que quiero humillarlo. Sólo lo hago para que juegue mejor. Bobby a veces lo toma como una afrenta personal».

Podría decirse que el comportamiento de Laettner estaba condicionado por su infancia. Su hermano mayor siempre hizo todo lo posible para humillarle. «Fui duro con él», admitía. «Me burlaba de él, me burlaba de él y me burlaba de él. Y esto duró años. Solía ​​darle algún puñetazo de vez en cuando»

Laettner jugaba con su hermano al hockey, al fútbol, a cualquier deporte que se pueda practicar entre dos personas, y el resultado era el mismo. Su hermano le derrotaría para después humillarle. Laettner llegó a odiar a su hermano. Odiaba cómo le hacía sentirse y odiaba perder.

Canalizó toda esa ira cuando jugaba para Duke, y en lugar de apuntar a su hermano, apuntó a Bobby Hurley, a quien consideraba un poco blando. «Christian pudo haber pensado que era un hermano mayor, pero Bobby no necesitaba un hermano mayor», dice Krzyzewski. Mirando hacia atrás, Laettner admitió más tarde que quizás llevó las cosas demasiado lejos. En una entrevista para Esquire en 2015, hizo un amago de disculpa:

«Definitivamente hubo momentos en los que presioné demasiado a mis compañeros. Entonces tenía 20 años y una visión de túnel. Pero si recuerdas, antes de que comenzáramos a ganar campeonatos, la percepción generalizada era que Duke no podía ganar partidos importantes, no podía ganar un campeonato, podía llegar a una Final Four pero no podía ganarla, y el coach K tenía una gran carga sobre su espalda. Hubo momentos en los que crucé la línea un poco, pero solo quería motivarlos».

Los resultados parecían darle la razón. El constante tormento nunca pareció perjudicar el desempeño del equipo. Al contrario, se tradujo en victoria tras victoria tras victoria. Había un método en su locura. «Ganar lo cura todo», decía Laettner en el documental, refiriéndose a la primera victoria de Duke en un campeonato nacional sobre Kansas en 1991. «Y cuando ganamos, la primera persona en saltar a mis brazos y abrazarme fue Bobby Hurley».

Laettner guardaba una carta ganadora en la manga: una total insensibilidad a la bilis que despertaba en los demás. Esto explica su total desprecio por la aversión que infundía durante cada una de sus actuaciones. Su enfoque sobre los sentimientos que despertaba en los demás era «tómalo o déjalo». Como dijo una vez el poeta francés Charles Péguy: «Los que están callados son los únicos cuya palabra cuenta». Es por eso que Laettner nunca se molestó en explicarse o justificarse frente a los rumores. Por ejemplo, el que se le acompañó desde el principio de su carrera: que tenía una posición privilegiada.

Esto quizás era comprensible, dado el estatus de Duke como un establecimiento privado y prestigioso, en su mayoría blanco y acomodado, que incluso hoy en día se considera un imán para niños ricos y acomodados. Al convertirse en el emblema de la élite universitaria de North Carolina, Laettner también encarnó esta imagen sin ser consciente. Pero no había nada más lejos de la realidad. «Probablemente era el niño más pobre del campus», recordaba Gene Wojciechowski.

«La gente pensaba que había crecido con una cuchara de plata en la boca y que no tenía ética de trabajo», dijo Laettner. «Pero eso solo demuestra que la percepción no siempre tiene que ver con la realidad. Mis padres eran de clase obrera». Sin la beca de baloncesto, Laettner nunca habría ido a una facultad tan prestigiosa como Duke. Pero nunca hizo nada para refutar esta imagen equivocada de sí mismo. Lo mismo podría decirse de los rumores que comenzaron a circular sugiriendo que era más que un amigo cercano de su co-capitán y compañero de habitación Brian Davis. Aquel rumor creció y se convirtió en un tema de conversación a nivel nacional. La confusión surgió a raíz de un reportaje del periodista de Sports Illustrated Curry Kirkpatrick, y una broma mal entendida de ambos jugadores.

Los rumores hacia su supuesta homosexualidad empezaron a ser usados como arma arrojadiza por las aficiones rivales. Los cantos homofóbicos acompañaron a Duke y a Laettner allá donde jugara. Durante un partido bastante intenso contra LSU en Baton Rouge, la violencia verbal alcanzó límites difíciles de superar. Pero Laettner no se inmutó, simplemente respondió haciendo lo que mejor sabía hacer: guiar a los Blue Devils a la victoria, dominando totalmente el partido en el que se enfrentó a un tal Shaquille O’Neal. «Brian era simplemente mi mejor amigo», dice ahora. «No reaccioné en ese momento porque no me importaba. Bromear con aquello fue la cosa más estúpida de mi vida». El rumor se mantendría durante unos años antes de desaparecer una vez que Laettner se casara y tuviera tres hijos.

El abuso homofóbico dirigido a Laettner fue doblemente revelador. Resaltó la necesidad de sus enemigos de encontrar nuevas maneras de atacarle, al mismo tiempo que dejaba patente su utilización de los ataques como combustible. Esta admirable indiferencia fue el aspecto de su personalidad que más impresionó a Rory Karpf, el director de ‘I Hate Christian Laettner’.

«Lo que pasa con Christian es que realmente no le importa lo que pienses de él».

Quizás todo era apariencia. Su hermana Leanne afirmó que esta despreocupación engreída era un «mecanismo de defensa» para su hermano, una forma de lidiar con la negatividad.

Mientras el país alimentaba una feroz animadversión hacia la gran esperanza blanca de Duke, Laettner era el gran hombre en el campus de su propia universidad, donde su popularidad era inmensa. Al narrar ‘I hate Christian Laettner’, Rob Lowe afirmó que los Blue Devils eran como los Rolling Stones, y Laettner era su Mick Jagger particular. Incluso en los entrenamientos, las gradas de la cancha estaban llenas. Las chicas gritaban como si estuvieran en un concierto de rock. Ashok Varadhan, mánager de los Blue Devils entre 1991 y 1993, recuerda el delirio provocado por cada salida de su equipo: «Era como viajar con los Beatles. Eran estrellas del pop».

Esto se hizo más evidente durante la temporada 1991-92. Duke estaba ante la oportunidad de repetir título de la NCAA, algo que no se había conseguido en las dos décadas anteriores. Era ahora o nunca: el último año de Laettner antes de convertirse en profesional; Grant Hill, Bobby Hurley y Antonio Lang eran sophomores; y Thomas Hill, Cherokee Parks y Erik Meek eran freshman. El entrenador Mike Krzyzewski dirigía uno de los mejores equipos en la historia de la NCAA.

Duke solo había perdido dos partidos de los 27 disputados antes de ganar los tres primeros del March Madness. El único obstáculo que se interponía entre los Blue Devils y otra Final Four eran los Kentucky Wildcats, a quienes se enfrentaron en el legendario Spectrum Hall de Philadelphia en la final regional el 28 de marzo de 1992. Kentucky era un equipo de valientes advenedizos cuya plantilla estaba integrada por «Los inolvidables» como fueron apodados por el entrenador Rick Pitino. Pero la verdadera estrella del grupo era el estudiante de segundo año Jamal «Monster Mash» Mashburn, quien tendría una exitosa carrera en la NBA.

El partido que resultó ser extraordinario, fue marcado por la figura de Laettner, en el mejor y en el peor sentido. Empecemos por lo malo, porque antes de que llegara ‘The Shot’, se produjo la acción conocida como ‘The Stomp’ …

En el segundo tiempo, a ocho minutos del final del partido, Laettner perdió la calma y pisó el pecho de Aminu Timberlake. Fue una represalia infantil, y un error identificación de la estrella de Duke, quien creyó erróneamente que el alero de Kentucky lo había derribado unos minutos antes. Fue un acto que bien podría haber reescrito el legado de Laettner.

«Pensé que fue un estúpido por lo que podría haberle pasado a él, y por lo que podría habernos costado a nosotros», dijo Grant Hill a Buffalo News en 2017, en una reunión de algunos de los protagonistas en el 25 aniversario de la consecución del campeonato.

«¿Fue un error? Sí, fue un error», admitió Laettner. «Y fue una estupidez. Podría habernos costado caro. Cosas como esa suceden en los entrenamientos y tienes que saber poner la otra mejilla. Fue un error por mí parte. Me deberían haber expulsado».

Curiosamente, lo que quizás salvó a Laettner fue la reacción de Timberlake, quien se levantó como un resorte, se rió y aplaudió sarcásticamente a su rival. Esto probablemente calmó la situación y salvó el pellejo de Laettner. «En las imágenes parece peor de lo que es», dijo Timberlake. «Se detuvo en seco. No estaba tratando de lastimarme o algo así. Fue suave. Simplemente me pisó con frustración».

Los árbitros se negaron a expulsar a Laettner. Señalaron una falta técnica. Pero aquel gesto empañó aún más su deteriorada imagen. Fue un punto de inflexión en el partido, a partir de entonces se pasó de un encuentro muy bueno a uno excelente.

Juego de gran calidad, de un extremo a otro, aficionados al borde de un ataque de nervios. Duke creía tener el partido ganado cuando ganaba 80-69, pero un parcial de 15-5 acercó a Kentucky a un punto de diferencia con 4’30 » por jugarse. Philadelphia, la ciudad natal de Rocky, había escogido a Kentucky para representar el papel del boxeador local, como si fueran desvalidos que superan su postura en esta narrativa, enfrentándose no solo a Apollo Creed encarnado en el equipo Duke, sino también a Ivan Drago en la figura de Laettner.

Jeff Morrow, asistente de los Wildcats, recordaba cómo todos los involucrados en el equipo emularon al personaje de Sylvester Stallone al subir corriendo los famosos escalones fuera del Museo de Arte, conocidos como los Rocky Steps desde el estreno de la película. El 28 de marzo, cuando el equipo encajó y respondió a los golpes infligidos por el campeón, había algo de Rocky Balboa en Kentucky.

Los dos equipos llegaron empatados a 93 puntos al final del tiempo reglamentario. Los presentes aquella noche eran conscientes de que estaban viviendo un partido que pasaría a la posteridad. Vern Lundquist, locutor de CBS, marcó la pauta: «Este partido ha sido monumental, pero lo mejor está por llegar con la prórroga que nos espera «. Pero mientras los espectadores gozaban, los jugadores lo veían de una manera diferente. Como explicó Laettner en la reunión de Buffalo News: «En ese momento no te paras a pensar, ‘Este es un partido increíble’, lo único que pasa por tu cabeza es que está siendo un partido muy duro».

La luz del sol hacía tiempo que había desaparecido y los equipos que entraban en el último minuto de la prórroga, el marcador parecía haberse estancado en el 98-98. Los últimos 60 segundos resultaron ser un duelo entre Laettner y los Wildcats. En primer lugar, Laettner metió un tiro desequilibrado y rodeado por dos defensores contra el tablero para darle a Duke una ventaja de dos puntos. Era como si no pudiera fallar. Lo cual, para ser rigurosos, describía lo que estaba pasando en ese momento: Laettner llevaba 27 puntos ( 9-9 en tiros de campo y 8-8 desde la línea de tiros libres). «En ese momento estaba pensando ‘Wow, este tipo lo está haciendo todo’», dijo Hurley, quien había desperdiciado la oportunidad de ganar el partido en el tiempo reglamentario».

Pero este fue solo el comienzo del desenlace épico. En la siguiente posesión, Mashburn anotó un 2+1 para darle a Kentucky una ventaja de un punto (101-100). Laettner recibió una falta y convirtió con calma ambos tiros libres para darle a Duke la ventaja otra vez (102-101). Con 7.8 segundos de tiempo extra por jugar, Rick Pitino pidió un tiempo muerto para diseñar la que todos creían sería la última jugada. Sean Woods recibió la pelota cerca del lado izquierdo, dejó atrás a Hurley y anotó un tiro con una mano sobre Laettner. La pelota golpeó el cristal del tablero y entró en el aro. El banquillo de los Wildcats entró en erupción. Woods celebró la canasta como si acabara de despachar a Duke con un golpe mortal: Kentucky se había adelantado nuevamente (103-102). Por cuarta vez en 45 segundos, se producía un cambio de liderato de forma definitiva… al menos, eso es lo que todos pensaban.

Con solo 2.1 segundos restantes, Laettner pidió un último tiempo. Duke se encontró con una situación condenada al fracaso, ya que apenas había tiempo suficiente para recorrer toda la cancha desde la línea de fondo. «Pensé que había terminado. Pensé que había terminado», enfatizó Vern Lundquist en la reunión de Buffalo News. «No muchas veces ves a alguien anotar con 2.1 segundos en el reloj, sacando desde la línea de fondo».

«Bromeé diciendo que me estaba preparando para pasar la semana en la playa y todo eso», recordó Grant Hill, que recordaba al equipo «incrédulo y tratando de digerir lo sucedido». Hurley agregó: «Con el tiempo que restaba, y las circunstancias en las que se debía poner en juego el balón, mi primer instinto fue decir: ‘Esto se ha acabado’».

Pero Mike Krzyzewski pensó todo lo contrario. «El entrenador dijo: ‘Así está la situación: vamos a ganar’. Y se echó a reír.», recordó Thomas Hill. Durante lo que pareció ser la pausa comercial más larga en la historia de la humanidad, Krzyzewski pronunció con calma su jugada final. «Coach K hizo un trabajo magnífico dirigiendo al equipo», dijo Laettner. “Lo primero que hizo fue decir: ‘De alguna manera, de alguna manera, vamos a hacer esto. Vamos a ganar esto’. En mi mente, estaba pensando, ‘Eso es correcto’. Era una afirmación«.

Duke necesitaba tres milagros: un pase largo y perfecto que cruzara la la cancha de lado a lado, una recepción limpia y un tiro que acabara dentro de las redes de la canasta que era defendida por Kentucky. Grant Hill fue el encargado de ejecutar el primer milagro. Lo que se necesitaba era un pase de mariscal de campo por encima del hombro, emulando a su padre, Calvin, que jugó 12 años en la NFL. A Hill le encantaba simular que era un jugador de football en los entrenamientos. Cuando Krzyzewski le preguntó si se creía capaz de hacerlo, Grant respondió: «‘Sí, puedo hacer ese pase’.

Luego le preguntó a Laettner si creía factible que pudiera lanzar después de recibir el balón. ‘La respuesta de Christian fue tibia’, recordó Krzyzewski. «Respondió: ‘Coach, si Grant hace un buen pase, lo atraparé». El extraordinario pase de Hill viajó 25 metros por el espacio aéreo del Spectrum llegando a la ubicación de su destinatario que se encontraba a la altura de la línea de tiros libres del campo contrario. De espaldas a la canasta y con los brazos estirados por encima de la cabeza, nuestro villano logró atrapar el balón a unos tres metros del suelo. El segundo milagro se había obrado.

¿Cometió Rick Pitino un grave error al no colocar a un jugador que molestara el saque de fondo? El entrenador de Kentucky prefirió concentrarse en la defensa de un posible lanzamiento y poner dos hombres sobre Laettner. «Creo que no era un mal planteamiento», afirmó Aminu Timberlake en el documental de ESPN. «No presionamos el pase, pero teníamos una ventaja de cinco contra cuatro en el otro lado de la cancha. Confiábamos ciegamente en él. Nos llevó de la nada a jugar una final regional. Daba igual lo que nos hubiera pedido, habríamos obedecido sin pestañear«.

El reloj comenzó a contar en el momento en el que Laettner recibió el balón. Solo tenía dos segundos para girarse y lanzar. Con extraordinaria lucidez, tuvo la sangre fría de fintar el giro hacia un lado para lanzar con otro giro de 180 grados por el lado contrario. «Mi primera reacción fue, ‘No, ¡que esperas para lanzar!’ Pero fue lo correcto «, dijo Grant Hill.

Pitino hizo tanto hincapié en que no cometieran una falta absurda a un jugador que había anotado el 100% de sus tiros libres que sus jugadores salieron demasiado temerosos en la defensa de esa acción y permitieron que Laettner atrapara el balón y lanzara.

«Desafortunadamente, estábamos tan asustados por cometer falta que fuimos demasiado blandos en defensa», dijo el alero de Kentucky Deron Felhdaus a ESPN en 2017.

Cuando el balón salió de las manos de Laettner, aún quedaban tres décimas de segundo en el reloj. En el deporte hay pocas cosas comparables al momento en el que el reloj llega a cero y el tiempo se suspende mientras el balón que flota por el aire determinará la suerte del partido a favor de un equipo u otro. El partido terminaría en aquella acción, a favor de Duke o a favor de Kentucky, tres décimas de segundo que parecieron durar una eternidad.

Para Laettner no era una situación nueva, dos años antes contra UConn en la final regional de 1990, vivió la misma experiencia. También en la prórroga, perdiendo por un punto cuando quedaban solo 2,6 segundos. Laettner sacó desde la línea lateral justo frente del banquillo de Duke, recibió la devolución de un compañero y lanzó mientras sonaba la bocina. Los Blue Devils ganaron y se clasificaron para la Final Four.

«Hasta ese momento nunca había jugado con alguien que tuviera una combinación de fé en sí mismo y un deseo tan fuerte de ganar», afirmaba Hurley en el documental. Admitió a Sports Illustrated que era el elegido para el Plan B. «Pero en realidad no soy el tipo de jugador que suele asumir esos tiros. Durante mi carrera en Duke anoté muchas canastas importantes pero ninguna sobre la bocina. Eso no se enseña. Christian se siente cómodo con esa responsabilidad«.

Si Laettner era el bastardo que todos decían que era, entonces tenía la sangre fría de los villanos. Laettner recordaba ese momento de una manera dispersa: «Cuando salió de mis manos, tuve una buena sensación’. Pero no sabía con certeza si entraría. Con el tiempo aprendes a no decir: ‘Va dentro seguro’. Simplemente, pensé: ‘Va bien dirigida. Espero que entre».

El angustiado entrenador de los Wildcats, Rick Pitino, tuvo la misma sensación. «El tiro se veía bien», dijo después del partido, y agregó: «No fue una sorpresa, estamos hablando de un tipo que no falló un sólo tiro en todo el partido«.

¡¡Swish!!. El balón entró. Duke había ganado. Ahora, más que nunca, todos los que no eran hinchas de los Blue Devils tenían otra razón para odiar a Christian Laettner. Los aficionados de Duke estaban detrás de la canasta. «Fue el sonido más atronador que he escuchado en una cancha de baloncesto. Fue una explosión», dijo Vern Lundquist. El locutor tuvo la astucia de no pronunciar palabra durante los siguientes dos minutos para que todos, frente a los televisores de sus casas, pudieran saborear la intensidad del momento. Esta combustión espontánea fue tan monumental que el tiro de Laettner se dio a conocer conoció como «The shot heard around the world».

La interminable lista de emociones contenidas se desataron entre todos los componentes de los Blue Devils. Laettner corrió hacia Grant Hill, lo esquivó y luego fue enterrado bajo un montón de cuerpos apilados sobre él. Pero la reacción más famosa y conmovedora la protagonizó Thomas Hill. Con la cabeza entre las manos, el rostro desgarrado por la emoción, permaneció clavado junto al banquillo con la incredulidad grabada en su rostro mientras sus compañeros de equipo devoraban a Laettner.

Mientras tanto, los Wildcats estaban devastados. Algunos jugadores nunca se levantarían de este cruel golpe. El periodista Rick Bozich, que seguía a Kentucky, recordó el ambiente en el vestuario: «Cuando entré, me sentía como si no perteneciera allí. Nadie decía nada. Todos lloraban, la imagen era muy cruda, la desolación invadía el vestuario. Pensé que tenía suficiente material para escribir sin tener la necesidad de preguntarles algo«.

Con el «buzzer beater», Christian Laettner acababa de completar su obra maestra. 31 puntos, 10 de 10 en tiros en juego y 10 de 10 desde la línea de tiros libres. Un registro inmaculado coronado con el tiro ganador. En 2017 trató de poner en palabras lo que sintió en ese preciso momento: «Es como esa película o esa canción que te da escalofríos y te pone la piel de gallina. Es una explosión de adrenalina, alegría y felicidad. Todavía tengo escalofríos«.

Aquel lanzamiento sería el momento culminante de la carrera de Laettner. Como profesional, nunca vivió esas cotas de popularidad ni fue tan determinante. Basta con visitar su perfil de Twitter, Laettner agregó solo dos palabras: The Shot.

Duke ganaría su segundo título consecutivo de la Final Four unos días más tarde venciendo a los Fab Five de Michigan, una de las mejores generaciones de jugadores de primer año que han militado en el mismo equipo. Laettner se recuperó de una terrible primera mitad. para guiar a su equipo, que aplastó a Michigan en el segundo tiempo (41-20), pero el duelo contra Kentucky sigue siendo el pináculo físico y el Everest emocional de su última temporada. Hoy en día, cuando los programas de televisión estadounidenses hacen un repaso histórico de secuencias de la NCAA, se concentran en dos momentos: el tiro ganador Michael Jordan por el título en 1982 y el lanzamiento de Laettner contra Kentucky.

La gloria conquistada se iría difuminando. Tuvo el honor de ser seleccionado para el Dream Team en los Juegos Olímpicos de Barcelona en el verano de 1992 (existía la obligación de llevar un jugador universitario y fue elegido sobre Shaquille O’Neal para consternación de casi todos) junto a Jordan, Magic, Barkley y Bird. Posteriormente llegaría su paso a la NBA. A pesar de una larga carrera (no se retiró hasta 2005) y varias temporadas prolíficas, nunca experimentó el mismo éxito individual y colectivo que tuvo en la NCAA. Reclutado por Minnesota Timberwolves, rápidamente descubrió la desventaja de jugar para un equipo en la parte inferior de su división y su conferencia. «Tengo que admitir que fue difícil, no fue divertido perder tanto. Te hace darte cuenta de la suerte que he tenido de haber jugado para coach K y el programa de baloncesto de Duke».

Coach K, el hombre al que le debía tanto, era quizás el hombre que más le apreciaba fuera de su círculo íntimo. Su conexión fue mucho más que la habitual relación jugador-entrenador. Laettner pasó horas con la familia Krzyzewski. En el documental de ESPN, la esposa de Mike Krzyzewski afirmaba que: «Nunca habrá otro Christian Laettner en nuestras vidas. Él significa mucho para nosotros, no sólo por lo que logró con nosotros y para nosotros, sino porque sacó lo mejor de en Mike. Hizo de Mike un entrenador mucho mejor «.

La familia Krzyzewski tiene tres hijas y según Doug Collins, el entrenador de Laettner en Minnesota, «Christian fue el hijo varón que Mike nunca tuvo». Al graduarse, Laettner admitió que iba a extrañar más jugar para Krzyzewski que jugar para Duke». Y así resultó. En la NBA, Laettner no encontró a nadie que se acercara a Krzyzewski. En 13 años como profesional, jugaría bajo las órdenes de 13 entrenadores.

«Ese continuo cambio de entrenadores no contribuye a tener mucho éxito», dijo Laettner a GQ en 2015. «Así que, si tuviera que hacerlo todo de nuevo, preferiría haber sido una primma donna a los 24 años, habría llamado a mi agente y le habría dicho: ‘No quiero jugar para un equipo a menos que no tenga un entrenador de prestigio como Pat Riley, Larry Brown o Phil Jackson’. Ojalá hubiera hecho eso. Pero a los 24 años, no te atreves a decir a tu agente lo que tiene que hacer. Mi ego era grande, pero no tanto «.

Laettner fue seleccionado para el All Star Game de 1997 cuando estaba en los Atlanta Hawks. Pero como profesional no ganó títulos y sólo mostró destellos del jugador que fue en la universidad mientras se mantuvo alejado de las lesiones. En la NBA, jugó en Minnesota, Atlanta, Detroit, Dallas, Washington y Miami. Pero cuando se recuerda su figura se piensa en el Christian Laettner de Duke.

Ahora, con más de 50 años, sigue siendo odiado por una gran cantidad de público. Y a pesar de esforzarse por mejorar su imagen hay mucho rencor guardado hacia él. El prestigio del pasado y cómo lo obtuvo le siguen pasando factura . «Cuando jugaba trataba de usar el odio a mi favor. Pero cuando te retiras, comienzas otra vida. No pienso continuamente en ello, pero no me gusta escuchar a la gente decir que me odia «.

Ahora no puede responder a sus detractores en la cancha, y ha optado por el sentido del humor como arma para defenderse. Con la intención de burlarse de sí mismo y como promoción de lanzamiento del documental de ESPN, intentó, con un éxito moderado, conseguir que el hashtag #NoLongerHateLaettner fuera trending topic en Twitter. El documental permitió divisar su personalidad desde otro ángulo sin que tuviera que cambiar forzosamente su imagen de chico malo. A partir de entonces ganó algo de respeto pero no de cariño. Aunque para él es suficiente porque nunca buscó el cariño de la gente, pero sí su respeto, aunque lo hiciera de la forma equivocada.

BASADO EN UN TEXTO DE LAURENT VERGNE

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