Era sólo otro viernes más en la vida de Wilt Chamberlain. Cada vez que los Warriors jugaban en Philadelphia, Wilt recorrería los más de 150 km que separaban su casa en Harlem de la ciudad del amor fraternal en su propio vehículo. En esta ocasión sería distinto, aunque el partido tendría lugar en el estado de Pennsylvania, la sede del mismo no era el Philadelphia Civic Center, hogar de los Warriors, sino el Hershey Sports Arena en la localidad de Hershey, 150 km al oeste de Philadelphia.
La regular season llegaba a su recta final. Ni los Warriors ni los Knicks, que se enfrentaban aquella noche del 2 de marzo tenían alicientes. El récord de ambos equipos había sentenciado sus posiciones en la clasificación. Los Warriors iban a terminar con el segundo mejor récord de la división este y los Knicks estaban fuera de playoffs desde varias fechas antes. Para Wilt todavía había una motivación, superar los 4.000 puntos en una temporada. Para ello necesitaba anotar 237 puntos en los cinco partidos que restaban. El domingo anterior había anotado 67 puntos a los Knicks, dos días después endosó 65 a los Hawks en Saint Louis, y la noche siguiente un rookie Walt Bellamy veía como anotaba 61 sobre él.
Cuando los jugadores de los Knicks llegaron al Hershey Arena sintieron un escalofrío. No, no era una premonición, era la gélida temperatura de un pabellón que en su día se destinó a albergar una cancha de hockey. Bill Campbell, locutor de la WCAU Radio instalaba su equipo y se preparaba para narrar el partido. Su voz es el único testimonio sonoro del partido que ha llegado a nuestros días. La mitad de las 8.000 localidades del pabellón se quedaron sin ocupar, aunque con el paso de los años han sido tantos los que han afirmado estar presentes aquella noche, que se podría llenar 3 veces su aforo. Cuatro mil doscientos catorce espectadores, esa fue la cifra oficial. El Philadelphia Inquirer no envió a ningún reportero porque el partido no tenía ningún interés. Harvey Pollack, encargado del departamento de estadística de los Philadelphia Warriors, escribiría la crónica para ellos. También lo haría para Associated Press y United Press International.
Wilt ostentaba en ese momento el récord de anotación con 78 puntos, conseguidos apenas dos meses antes con los Lakers como víctimas. Superaba así la anterior marca en posesión de Elgin Baylor. En aquella ocasión el partido necesitó de 3 prórrogas. Los Lakers acabaron el partido con 4 jugadores, y Frank McGuire entrenador de los Warriors afirmó: «Un día de éstos anotará 100 puntos, incluso ante una defensa con cinco hombres». Sandy Grady, un reportero del Philadelphia Evening Bulletin, preguntó a Wilt acerca de este tema: «Algún día podría hacerlo, si estoy lo suficientemente relajado y tengo acierto de cara al aro».
Los Knicks presentaban la ausencia de Phil Jordon, su center titular. La tarea de intentar defender a Wilt recaería en Darrall Imhoff, un jugador de segundo año. Como era habitual en los partidos de los Warriors intentaron buscar a Wilt en el poste bajo. Su posición favorita era al borde de la zona en el lado derecho del ataque. Desde allí desarrolló un efectivo fade away a tablero. Cuando recibía en el lado izquierdo, recurría a una extensión de su brazo dejando el balón con un suave movimiento de muñeca, el primer «finger roll» patentado. Un 19-3 de salida dio una ventaja a los Warriors con 13 puntos de Wilt Chamberlain. Imhoff se veía impotente para frenar al pívot de los Warriors y más aún cuando cometió su tercera falta en el primer cuarto. En esos momentos deseaba que alguien más permeable a la dureza defensiva estuviera arbitrando aquel partido, quizás con Earl Strom, Mendy Rudolph o Richie Powers habría evitado alguna de esas faltas.
Al final del primer cuarto el marcador era de 42-26. Los Knicks habían conseguido estabilizar la desventaja gracias a Richie Guerin y Willie Naulls. Wilt estaba entonado y se sentía bien. Había anotado la mitad de sus 14 tiros y sus 9 tiros libres, algo insólito en él. Veintitrés puntos y diez rebotes llevaban su firma. Eddie Donovan, el técnico de los Knicks miraba hacia su banquillo y buscaba a Jordon. El pívot se había quedado en la habitación del hotel donde se hospedaban, a más de 20 km de distancia, que había caído enfermo. Entre vómito y vómito, el center de los Knicks, pudo seguir el encuentro por la radio en la narración de Campbell. El banquillo de los Knicks era como un armario vacío. Donovan tomó una decisión, la única que podía tomar ante la falta de alternativas, Cleveland Buckner un rookie de 2,06 cuya mayor virtud era el tiro exterior, sería el sustituto de Imhoff en la marca de Wilt. Diez centímetros y 29 kg le separaban del pívot de los Warriors.
Buckner tampoco podía defender a Wilt, pero podía lanzar, y con mucho acierto si le dejaban. Conociendo la alergia a alejarse del aro que por entonces manifestaba Chamberlain, Buckner encontró posiciones francas desde las que bombardeó el aro de los Warriors. Aquella noche consiguió la mayor anotación de su corta carrera, 33 puntos con 16 canastas en 26 intentos. Al acierto de Buckner se unió la inspiración de Richie Guerin para dejar a los Knicks al borde de la decena de puntos de desventaja (79-68). Donovan había logrado que sus Knicks intercambiaran canastas con éxito, pero no encontraba la manera de limitar la producción de Wilt: 41 puntos al terminar el segundo cuarto.
Mientras tanto, en el descanso, los jugadores recibían instrucciones en los vetustos vestuarios del Hershey Arena. Unos bancos de madera forraban las desnudas paredes, unos ganchos para colgar la ropa y tres viejos casilleros de metal para guardar objetos de valor. Tres duchas a poco más de 1,80 mts de altura completaban la habitación. En el vestuario de los Warriors, Guy Rodgers arengaba a sus compañeros: «Sigamos metiendo balones a Wilt, a ver cuantos puntos puede lograr». En el otro vestuario Willie Naulls, como uno de los dos capitanes del equipo, se rebelaba contra las caras de resignación de sus compañeros. Estaba teniendo una de tantas grandes noches como las que acostumbraba en aquella temporada (25 puntos por partido), pero era inconformista y competitivo. Algo vio en él Red Auerbach cuando lo reclutó para los Celtics años después. Donovan trataba de corregir la defensa de ayudas de su equipo.
En el tercer cuarto los Knicks impusieron un ritmo alto de partido en un intento de que los Warriors se contagiaran de ese tempo y dejaran de jugar con Chamberlain. Para evitar caer en esa trampa, Wilt contemporizaba cada vez que atrapaba un rebote defensivo para ralentizar el ritmo del partido y comenzar desde cero los sistemas de McGuire. En la hoja estadística de la planilla de los Warriors, ya no quedaba espacio para rellenar la columna en la que se iban anotando los puntos de Chamberlain, para seguir completando su estadística hubo que invadir el espacio dedicado a Guy Rodgers. Los jugadores de los Knicks seguían siendo objeto de las señalizaciones de los árbitros cargándose de faltas personales que Wilt Chamberlain amortizaba de manera nunca antes vista desde la línea de tiros libres.
En el Philadelphia Inquirer empezaron a llegar noticias de la hazaña de Wilt, gracias a la narración de Bill Campbell, durante el tercer cuarto, llegó a las manos de Harvey Pollack un teletipo del periódico: «por favor detalla cada canasta que consiga Wilt». Cada vez que había una interrupción del juego. Se podía escuchar en todo el pabellón la vieja Olivetti de Pollack cuyas teclas eran aporreadas por sus dedos intentando describir todo lo que iba sucediendo en el partido. Al final del tercer cuarto, Wilt acumulaba 69 puntos, y los Warriors disfrutaban de una renta de 19 tantos (125-106).
Todos daban por hecho que Chamberlain superaría su propio récord de anotación. Ya no se trataba de eso, sino de entrar en un terreno sin explorar, el terreno de la especulación, y averiguar hasta dónde conseguiría llevar el nuevo registro. Los Knicks no sabían a qué atenerse. No querían ser invitados de lujo de una noche histórica, pero tampoco habían podido descifrar durante toda la noche como evitar aquella situación. Cuando empezó el último cuarto se puso en marcha el contador. El resultado había dejado de importar, lo secundario había pasado a un plano principal. Cada jugada de los Warriors despertaba una inusitada expectación, cada balón al poste bajo para Wilt Chamberlain despertaba un run run en la grada cuyo ruido iba ‘in crescendo’. Todos los allí presentes eran conscientes de la magnitud de los números que Wilt estaba poniendo. Los Knicks dejaron de defender a los compañeros de Chamberlain. En cada balón al poste bajo, había 4 hombres rodeándole. A la desesperada intentaban negarle la pelota, y si la recibía cometían falta para emplear el recurso del hack-a-wilt. Pero aquella no era la noche. Se habían alineado todos los astros, y entre los requisitos imprescindibles para que un día Wilt anotara 100 puntos, se encontraba el talón de Aquiles de Chamberlain: los tiros libres… y los estaba metiendo. A falta de cinco minutos Wilt sumaba 87 puntos.
Con Darrall Imhoff al borde de la eliminación, el único recurso que le quedaba a los Knicks para evitar que Wilt llegara a la centena era consumir la mayor cantidad de tiempo en cada ataque. En un tiempo muerto, Richie Guerin, el otro capitán de los Knicks, gritaba a sus compañeros: «¡Que alguien lo pare antes de llegar a la zona! ¡Pegadle antes de que llegue si es necesario! ¡No le dejéis entrar!». Pero los puntos de Wilt seguían llegando. En el público nadie contaba los puntos que llevaba, sino los que le restaban para llegar a 100. La cuenta atrás estaba en marcha. Johnny Green, otro de los defensores ocasionales de Wilt suplicaba para que dejara de anotar «Don’t put any more crazy numbers out here, big man. Enough».
Para contrarrestar la estrategia de los Knicks de congelar el tiempo, los Warriors comenzaron a cometer faltas rápidas para enviar a los jugadores de los Knicks a la línea de tiros libres. Pete D’Ambrosio, uno de los árbitros miraba al marcador y al reloj. «Esto va a durar una eternidad» pensaba para sí mismo. Para entonces Imhoff ya había sido eliminado. Frank McGuire recurrió a sus hombres del fondo de banquillo para seguir cometiendo más faltas. York Larese, Ted Luckenbill y Joe Ruklick serían los últimos en aparecer sobre la cancha. Al último de ellos le llegó la gloria de manera indirecta. Todos estaban haciendo cálculos y jugando con el tiempo y el número de posesiones. Era una cuestión de aritmética. Restaban dos minutos y veintiocho segundos por jugar y Wilt llevaba 92 puntos, las cuentas seguían sin salir. Necesitaba 8 puntos en 148 segundos. Un tiro a la media vuelta sumó el punto 94 y el número 163 para los Warriors.
Un robo posterior de Rodgers fue aprovechado por Wilt, jugando casi de palomero para anotar el punto número 96. Era la vigésima asistencia para él. Tras dos tiros libres de Willie Naulls los Warriors atacaron rápido y Larese recién salido a la cancha podía escuchar los gritos de la multitud: «¡Dásela a Wilt, dásela a Wilt!». Por el rabillo del ojo pudo sentir la presencia de Chamberlain llegando como trailer y le colgó el balón, alto, muy alto, donde solo él la podía atrapar. Wilt depositó el balón en el aro machacándolo con fuerza, algo inusual en él. ¡¡98!!. Sería el propio Wilt quien engañó a los jugadores de los Knicks simulando que bajaba a defender, e interceptó el pase en el saque de fondo, Wilt lanzó desde la misma posición en la que cortó el balón, sobre la prolongación de la línea de los tiros libres, pero su balón fue rechazado por el aro.
Quedaba 1:10 y cabía la posibilidad de que se quedara con la miel en los labios. Los Warriors cometieron falta sobre Guerin quien falló los dos tiros libres, tras atrapar el rebote los compañeros de Wilt se pasaron el balón con rapidez para evitar ser objeto de falta y hacerle llegar el balón. Lograron su objetivo pero Wilt no logró anotar en primera instancia, y tras un rechace de su compañero volvió a marrar por tercera ocasión consecutiva, pero el rebote fue a parar a manos de Joe Ruklick que vio como Guerin se abalanzaba sobre él con la intención de hacerle falta. En ese mismo instante Ruklick escuchó la seña de Wilt: ¡WOO!. Vio el resquicio para colgarle el balón. La pelota surcó el espacio aéreo del Hershey Arena y fue recogida por Chamberlain para ser depositada dentro de la canasta para el punto número 100. En muchas crónicas se habló de que fue un mate, pero como el propio Ruklick y el propio Wilt señalaron en varias ocasiones fue una especie de bandeja en forma de alley-oop. Los compañeros de Wilt habían posibilitado que llegara a los 100 puntos. Una gesta que será recordada por todos los tiempos, pero no como se gestó.
Cuando Wilt llegó a la centena de puntos, el partido se paró, y parte del público bajó a la cancha. Muchos llegaron a estrecharle la mano. Tras las felicitaciones se despejó la pista. Restaban 46 segundos para finalizar el partido. El partido se reanudó pero Wilt no participó en esos 46 segundos restantes. Se quedó en un lado de la cancha con los brazos extendidos, y nunca volvió a entrar en juego.
Tras el partido se inmortalizó la fotografía con la pelota y el papelito con la cifra de puntos que había anotado: 100. Todo ocurrió en Hershey, Pennsylvania un dos de marzo hace 60 años.
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