Las grandes historias del deporte no suelen acabar con final feliz. Incluso aquellos últimos bailes bañados en champán dejan un mal sabor de boca, provocado por el eterno interrogante que cierra un camino que pudo tener más paradas. La nostalgia termina por borrar los capítulos finales de obras tan perfectas que no merecen ni una sola mancha. Pero las tienen, al fin y al cabo, y sirven para humanizar ídolos y desmitificar relatos que rara vez tienen en cuenta la acción. La grandeza, en lo individual y en lo colectivo, no se entiende del todo sin el momento en el que abandona la cima.
Los Golden State Warriors han dominado con puño de hierro la NBA desde la llegada de Steve Kerr a su banquillo en 2014. Desde entonces, han disputado seis Finales y ganado cuatro anillos. Lo han logrado como grupo joven y descarado, como favorito absoluto y como viejos expertos en el arte de ganar. Han sido héroes de mirada inocente, villanos de poder infinito y diablos inevitables cuando parecía que ya no volverían a lo más alto. Su camino ha generado filias y fobias; incredulidad, resignación y emoción a partes iguales en la cabeza de unos aficionados a la mejor liga del mundo que creían hace unos meses que su periplo exitoso no iba a terminar nunca.
El corazón de un campeón, al que Rudy Tomjanovich recomendó no subestimar jamás, erosiona lentamente hasta ser muy poco reconocible. Es el caso de un conjunto que conquistó el anillo hace menos de un año y que, pese a recordarnos por momentos a la fuerza invencible que fue, ha llegado al callejón sin salida que pondrá punto y final a sus años dorados. Lo hace batallando, sangrando y sudando por superar un muro tan repleto de recuerdos imborrables que angustia mirarlo de frente. No es más que un cúmulo de flashbacks, que reflejan un pasado glorioso e irrepetible, acompañados por un fondo más oscuro que la propia oscuridad, en representación de un futuro al que nadie quiere mirar a los ojos.
De momento, Stephen Curry y compañía han decidido buscar el mínimo resquicio de luz que pueda haber en esa pared, a sabiendas de la remota posibilidad de encontrar la suficiente para continuar. El esfuerzo ha otorgado a los de San Francisco una victoria ante los Sacramento Kings, que durante dos semanas amenazaron con ser el verdugo que pusiera el punto y final a una época. Los de Mike Brown hubieran sido una más que legítima guadaña para un legado que, eso sí, tardará décadas -o siglos, tal vez- en marchitar, pero el destino es tan caprichoso como nostálgico. Los Warriors volverán a encontrarse con un viejo amigo.
LeBron James y sus Lakers intentarán ser quienes cierren esta historia. California volverá a ser total protagonista en una serie de Playoffs de peso emocional infinito. Las montañas rusas del máximo anotador de siempre y del equipo más exitoso de la última década se han cruzado de la forma más casual posible. Adam Silver se frota las manos, los protagonistas tragan saliva y los aficionados que vivieron aquellas cuatro Finales consecutivas entre Warriors y Cavaliers esbozan una leve sonrisa que encuentra cientos de sentimientos camuflados en el recuerdo durante un lustro. Disfrutarán cada gota de sudor que caiga sobre el parqué, la batalla como acontecimiento histórico y el detalle como secuencia que no volverá jamás a su retina.
En definitiva, no sabemos si el conjunto dirigido por Steve Kerr caerá en estas Semifinales de Conferencia, si lo hará como segundo mejor equipo del Oeste o si volverá a pisar las Finales de la NBA. Tal vez, quién sabe, vuelvan a sorprender a propios y extraños con un nuevo título. Puede que, como sucedió en aquellos Bulls de Michael Jordan, los despachos pongan fin a su etapa como contendientes y ninguna otra franquicia alce su tan deseada cabeza. El desgaste interno, al que no siempre se puede rescatar con genialidades sobre la cancha, no deja de ser otro rival durísimo.
Las especulaciones son gratis, pero indican que algo importante puede suceder cuando se acumulan a diario. Y, desde hace unos meses, se intuye cercano un final ineludible. No tiene por qué ser feliz. No lo será, ni debe serlo. La cima, al fin y al cabo, nunca perdona un peaje doloroso.
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Estudiante de periodismo en la UMH. Amante del baloncesto y de la NBA en particular.
En 'Tiempo D3 Basket' desde el 27.09.2022