Julius Erving estaba a sus anchas, libre al fin. Había estado jugando varios partidos de dos contra dos con varios de sus viejos amigos en uno de los playgrounds de Roosvelt Park hasta el anochecer. Ese mismo día, los New York Nets habían anunciado que habían adquirido los derechos de Erving mediante una serie de pagos a los Virginia Squires de la ABA y a los Atlanta Hawks de la NBA, que habían acudido a los tribunales para dirimir con que equipo jugaría. Ahora era un Net, con un contrato de ocho años que rondaba los $2,5M. Estaba de nuevo en casa, en Roosevelt Park, a sólo 15 minutos por carretera del Nassau Coliseum, donde iba a jugar con los Nets aquella temporada.
Lou Carnesecca, que entrenó a los Nets durante tres años antes de volver a St. John’s, hablaba así sobre Erving «Todo en él fluye. Tiene una gran imaginación en la cancha. Se puede hablar de él como de un poeta. Es un artista. Aporta una chispa y una emoción al juego dándole una dimensión diferente».
Los Nets anunciaron su fichaje a bombo y platillo. «Julius ha vuelto a casa y lo ha hecho para quedarse», afirmaba el propietario de la franquicia Ray Boe. A pesar de la felicidad por volver a New York (nació en Roosevelt), nada hacía parecer que había sido un día especial en su vida. Su popularidad en el área de la Gran Manzana era considerable, pero nadie se agolpaba alrededor de él para importunarle. Era un persona fácil de complacer. Cuando la temporada llegaba a su fin, su único deseo era descansar junto a los suyos. Aquel día, después de jugar durante varias horas se dejaba caer sobre la hierba para relajarse. Solo la música característica del camión de los helados rompió la serenidad del momento. Combatió el calor con un refrigerio mientras bromeaba con el heladero.
Con su fichaje por los Nets dejaba atrás un oscuro episodio en el que había roto unilateralmente su contrato con los Squires alegando que había sido engañado para posteriormente firmar un compromiso con los Hawks. Julius Erving estaba ilusionado por jugar en los Hawks junto a Pete Maravich con quien había mostrado una gran sintonía en algunos partidos amistosos que jugó con la franquicia de Atlanta. Los Knicks habían estado tentados de abordar su fichaje en un intento de reconstruir un equipo que había conquistado dos campeonatos en los cuatro años anteriores, pero no se dieron las condiciones económicas necesarias. Después de aquello, lo último que pasó por la cabeza de Erving es que volvería a New York para jugar en el otro equipo de la ciudad.
Los aficionados de New York (no solo los de los Nets) esperaban expectantes el comienzo de la nueva temporada para disfrutar del show más grande sobre la faz de La Tierra. Así denominaban muchos al juego que desplegaba sobre una cancha de baloncesto. Las estadísticas que había registrado durante su último año era un argumento más que consistente para alimentar la ilusión: 31’9 puntos, 12’2 rebotes, 4’2 asistencias, 2’5 robos y 1’8 tapones.
Julius Erving declaró que a pesar de estar muy feliz en New York iba a percibir hasta el último centavo de su contrato. «Estoy ganando más dinero del que jamás podré utilizar. Me encanta jugar. Jugaría gratis si todo el mundo lo hiciera, pero esto es baloncesto profesional. Cuando estés en Roma, haz como los romanos».
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