Análisis / OpiniónNBA

Jerry West, el autodidacta

David West, hermano de Jerry, fue el que le introdujo en el mundo del baloncesto a la edad de seis años. Hasta entonces el refugio de Jerry había sido la pesca, una actividad que siguió ocupando muchos de sus ratos libres. A pesar de que David hizo de figura paterna y le acompañó en muchos de aquellos momentos, Jerry siempre fue un autodidacta.

Jerry West pasó muchos momentos en soledad con la única compañía de un balón y una canasta. En aquella temprana edad lanzaba con el balón entre las piernas a dos manos, era el único modo con el que podía alcanzar el aro. El baloncesto no era demasiado importante en su vida por entonces, aunque sí fue uno de las actividades que le ayudaron a sobrellevar un infancia complicada.

Pero a la edad de once años, West empezó a salir sólo de casa con más frecuencia y jugar con otros niños. Le encantaba el football. Era extremadamente delgado, pero al mismo tiempo tomó conciencia de una cosa, era tremendamente rápido y todos sus rivales encontraban muchas dificultades en atraparlo. Irónicamente, la talla de una prenda deportiva tuvo influencia en su elección por el baloncesto. Cuando intentó formar parte del equipo de football en séptimo grado, no había uniformes lo suficientemente pequeños que se adaptaran a su físico, todavía por desarrollar. Tuvo que conformarse con hacer de acompañante, chico del agua, general manager oficioso, o cómo quiera que se pudiera describir su papel en el equipo.

Aquel rechazo fue una bendición. West fácilmente podría haberse estancado jugando a football, deporte que practicó su hermano David. Podría haber seguido sus pasos y convertirse en el eterno sustituto de uno de los titulares del equipo de East Bank.

La negativa de los otros chicos a jugar con él, llevaron a West a buscar su propio camino. Eran tiempos en los que uno debía resolver los problemas por sí mismo. Cerca del domicilio de la familia West, había un puente bajo el cual se mantenía en pie una destartalada canasta. El aro estaba torcido y el tablero, de contrachapado, sin marca alguna de pintura, dejaba a las claras que había vivido tiempos mejores. Aquella canasta no era frecuentada por nadie, hubo una época en la que incluso tuvo red. Jerry West hizo de aquel lugar su santuario particular.

La ventaja de tener una canasta tan cerca de su casa que no era visitada por nadie, es que West podía frecuentarla cuando quisiera, desde que acababan las clases hasta el anochecer. Cada sábado, West madrugaba y empleaba allí todo el día. Recibió alguna paliza de su madre por mancharse la ropa en aquella canasta en cuyo suelo no había pavimento. El área rodeada por la canasta era una trozo de tierra seca, a la que los continuos botes de la pelota la habían dejado árida.

Jerry West con ayuda de un vecino colocó un aro nuevo, vistió aquella canasta con una red desechada del colegio y ocasionalmente consiguió compañía de otros chicos para jugar, aunque esto último no era una prioridad para él. West adquirió una gran puntería tras horas y horas de compulsivas repeticiones. Hacía una marca en el suelo y tiraba desde esa posición durante varias horas. Luego cambiaba de posición , así sucesivamente hasta que prácticamente no había un sólo milímetro del terreno desde el que no hubiera lanzado.

Jugando a H-O-R-S-E se ganó el respeto de los chicos del barrio; si jugabas con Jerry y él tiraba primero, estabas perdido. Durante los partidos Jerry no lo tenía tan fácil, los otros chicos, seis años mayores que él, lo podían desplazar fácilmente. No obstante hizo gala de su capacidad para extraer conclusiones de sus propias experiencias y se adaptó a jugar en aquel ambiente. Desarrolló su tiro en suspensión para tener más posibilidades ante aquellos chicos más altos y fuertes.

Aquel piso sin pavimento que se convertía en una barrizal cuando llovía, sirvió para que West patentara una de sus armas más reconocibles y repetidas a lo largo de la historia. Cuando la lluvia cesaba y el piso estaba húmedo, la pelota se quedaba amortiguada al botar. Esto hizo que West tuviera que imprimir un poco más de fuerza en el bote para que pudiera llegar hasta la altura de su mano y ejecutar su mecánica de tiro. Aquel último bote seco y enérgico fue la antesala de muchos de los 25.192 puntos que consiguió en la NBA, todos ellos como jugador de los Lakers.

Sólo el baloncesto pudo aliviar en cierta medida una atormentada vida familiar y una temprana depresión que le acompañaría durante varios años. Aquellas horas de soledad le sirvieron para desarrollar sus capacidades al mismo tiempo que aprendía de la experiencia, un verdadero autodidacta.

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Ficha del autor

Oscar Villares

Aficionado al baloncesto y al deporte en general

En 'Tiempo de Basket' desde 05.04.2021

Oscar Villares

Aficionado al baloncesto y al deporte en generalEn 'Tiempo de Basket' desde 05.04.2021

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