Solemos atribuir la competitividad a deportistas que están en lo más alto de pirámide, pero esta cualidad puede encontrarse en muchos otros independientemente de su talento o aptitud. Todo aquel individuo que sea capaz de rendir a su máximo nivel en situaciones críticas o de máxima exigencia es digno de ser catalogado como alguien competitivo.
Esta una de las virtudes que más he admirado de Steve Kerr. No podemos afirmar que fuera un jugador virtuoso , pero dentro de sus capacidades ha tenido una larga carrera jalonada de momentos de esplendor, siendo capaz de potenciar sus puntos fuertes y hacer gala de ellos cuando sus equipos lo requirieron. Esta competitividad va sin duda ligada a una capacidad de superación que fue puesta a prueba durante una parte de su trayectoria. Cada vez que la vida lo ha derribado se levantó. No es que fuera inmune a la adversidad, simplemente no se iba a dejar vencer por ella.
Kerr nació en Beirut, era tercer hijo de Malcolm y Ann Kerr. Su padre también había nacido en Beirut y fue allí donde conoció a la madre de Steve. Acababa de graduarse en Princeton y estaba haciendo un trabajo de postgrado. Ella estaba en su tercer año de carrera en el Occidental College. Se casaron en 1957 y tuvieron cuatro hijos: Susan, John, Steven y Andrew. Los Kerr vivieron por todo el mundo mientras sus hijos crecían: Beirut, El Cairo, Oxford, el sur de Francia, Túnez, Los Angeles. Desde muy joven Steve demostró un gran interés por los deportes.
«Cada vez que estábamos en Los Ángeles, mi padre me llevaba a los partidos de los Dodgers y de la universidad de UCLA. Le encantaba casi tanto como a mí».
Malcolm Kerr colaboró con la universidad de UCLA durante veinte años, incluso cuando enseñaba en el extranjero. Durante un par de años, Steve Kerr fue el chico de la mopa en UCLA. Sus primeros héroes fueron algunos de los jugadores de los Bruins entrenados por John Wooden. En sus inicios en el deporte tuvo una mala experiencia con el béisbol. No procesaba bien su falta de talento y optó por el baloncesto.
A los 14 años vivía en El Cairo. Jugaba a baloncesto en el equipo del American School. Frecuentemente sus rivales eran jugadores adultos. Jugaban en canchas al aire libre cuyo firme estaba lleno de gravilla, pero Kerr era feliz jugando en esas condiciones. Regresó a Los Ángeles. Durante su año sophomore jugó en Pacific Palisades High School. Kerr estaba comenzó a llamar la atención de los cazatalentos universitarios debido a su gran virtud para tirar.
Malcolm Kerr tuvo que regresar a Oriente Medio, mientras Ann se quedó en Los Ángeles para ayudar a Steve en el proceso de elección del college. Los servicios de scouting de algunas universidades le habían etiquetado como demasiado lento. No tuvo ofertas, excepto una de Gonzaga.
«Volé hasta allí y lo que hicieron fue probarme», recordaba Kerr. «Tuve que jugar contra John Stockton durante dos horas. No me fue muy bien. Cuando terminó, el entrenador, Jay Hillock, me dijo: ‘No sería un problema si fueras un poco lento, pero es que eres muy lento».
Kerr estaba devastado. Se graduó aquella primavera, y no tenía seguro a que centro asistiría. Mientras tanto, el sueño de toda la vida de Malcolm Kerr se había hecho realidad: le habían ofrecido el puesto de presidente de la Universidad Americana en Beirut. Era su trabajo soñado como experto en asuntos de Oriente Medio. Pero también sabía que había peligro asociado con aquel trabajo. Beirut era muy diferente de lo que había sido en la década de 1950, cuando era conocida como «La París de Oriente Medio». Se encontraban en medio de un conflicto armado. El hombre al que Malcolm Kerr sucedió en el puesto, David Dodge, había sido secuestrado en 1982 y retenido como rehén durante un año. Malcolm Kerr convocó una reunión familiar para hablar acerca de aquella oferta.
«Todos sabíamos los riesgos que implicaba», dijo Ann Kerr. «Pero este era el trabajo con el que Malcolm siempre había soñado. Realmente nunca hubo ninguna discusión».
Steve Kerr tenía diecisiete años. «No dije mucho. Realmente no era consciente de lo que estaba pasando ni de lo que implicaba el nuevo trabajo de mi padre.»
Antes de partir Malcolm Kerr pudo compartir y ser testigo de los partidos de su hijo en las ligas de verano. Realmente disfrutaba viendo jugar a su hijo. La universidad de Colorado se interesó en él, pero no podía ofrecerle una beca. Por aquel entonces Lute Olson había sido contratado como entrenador de la universidad de Arizona. Tenía mucho trabajo por delante intentando reconstruir su programa de baloncesto. Estaba recorriendo todas las ligas de verano del sur de California cuando descubrió a Steve Kerr, y le llamó la atención que ninguna universidad le hubiera ofrecido una beca. Y ellos tenían una disponible.
Cal State Fullerton se metió en medio y ante la tardanza de Arizona en mover ficha, Kerr aceptó el ofrecimiento a pesar de que su ilusión era jugar para Lute Olson. Malcolm Kerr sospechaba que algo preocupaba a su hijo. Cuando éste le confesó la situación, llamó al entrenador Olson, y arreglaron todo para que Steve fuera jugador de los Wildcats.
Steve Kerr viajó con su familia para pasar el verano en Beirut, mientras su padre tomaba posesión de su nuevo puesto de trabajo. Cuando tuvo que regresar a Estados Unidos, el aeropuerto en el que estaban esperando sufrió un bombardeo. El conductor que les había llevado hasta allí, logró sacar a Steve y a su madre de aquella barbarie, y volver a la embajada. Dos días después Kerr fue transportado en un viaje aterrador a través de Siria hasta Amman (Jordania), desde donde voló a Los Angeles.
Kerr se adaptó rápidamente a la universidad de Arizona y al equipo de baloncesto. Como freshman era el tercer base de la rotación, un especialista en el banquillo de un pésimo equipo, pero era muy feliz. Todo transcurría como el deseaba hasta que un día, poco después de la medianoche del 18 de enero de 1984 fue despertado por una llamada telefónica: Malcolm Kerr había sido asesinado a tiros por dos terroristas frente a su oficina en Beirut.
El primer miembro del cuerpo técnico de Arizona en enterarse de la noticia fue el entrenador asistente Scott Thompson. Corrió hacia el dormitorio de Kerr y lo encontró sentado inmóvil en su cama, paralizado por lo que le habían dicho. Cuando Thompson se sentó, lo primero que le dijo Kerr fue: «Tengo que hablar con mi madre».
El cuerpo de su padre fue repatriado, pero mientras tanto la universidad se Arizona tenía programado un partido en Tucson. Olson le sugirió que no jugara, pero Kerr quería participar en el partido con más razón que nunca.
«Era lo único que podía hacer. Mi padre se habría sentido muy decepcionado conmigo si no hubiera jugado. Además, no había nada que pudiera hacer en ese momento. Mi familia estaba a salvo. El funeral iba a tener lugar al día siguiente del partido. Simplemente no tenía ningún sentido no jugar».
Es difícil imaginar las emociones a flor de piel en la noche de partido. Incluso con el archirrival de Arizona en el edificio, pocas personas en el McKale Center esa noche estaban pensando en baloncesto. La violencia del tiroteo que había tenido lugar a miles de kilómetros de distancia era tangible mientras todos permanecían en silencio. Kerr se derrumbó. También muchos en la multitud.
A los ocho minutos de partido, Olson metió a Kerr en el partido como era habitual en su rotación. La primera vez que tocó el balón, dieciocho segundos después de entrar, Kerr estaba abierto. Su instinto se hizo cargo. Lanzó desde unos 6 metros, y el balón besó las redes tras atravesar el aro. La atmósfera que rodeó a aquel primer tiro era similar al que se puede respirar en un lanzamiento que puede decidir un campeonato. Todos los presentes contuvieron la respiración esperando/rezando que el tiro de Steve entrara.
«No estoy seguro de poder describir la sensación que flotaba en el ambiente, solo sé que lloré después de aquello», recordaba Lute Olson. La leyenda de Steve Kerr nació esa noche.
Anotó 12 puntos, anotando cinco de sus siete lanzamientos. Contribuyó a la victoria de los Wildcats sobre Arizona State 71-49, un rival a priori superior. Para más inri aquella victoria suponía la primera victoria en la Pacific 10 de Lute Olson como entrenador de Arizona. A partir de esa noche, Kerr se convirtió en el hijo adoptivo de Tucson. Era el favorito de la afición. Todos querían invitar a Kerr a cenar. Todas las escuelas querían que hablara con sus estudiantes.
No se sentía especial por aquello, pero jamás rechazó una invitación. Mantuvo su sentido de la autocrítica incluso en medio de la constante adulación. En su segundo año, alcanzó la titularidad y su rol se convirtió en el de estrella del equipo junto a Sean Elliott en su año junior. Sorprendentemente ganaron la conferencia Pac-10. «Se ha convertido en un gran líder. Si le dijera a sus compañeros que el color verde es naranja, le creerían*.
Durante ese verano, Olson fue nombrado seleccionador estadounidense para el Campeonato del Mundo de España en 1986. Kerr fue seleccionado siendo uno de los jugadores destacados. En las semifinales contra Brasil cayó desequilibrado en una acción y se destrozó la rodilla. David Robinson estaba sentado en el banquillo cuando Kerr cayó. Todavía puede ver la jugada en su mente: «Cuando Steve aterrizó, fue uno de los sonidos más horribles que he escuchado. Sabías que era algo malo de inmediato»
Desgarro de ligamentos. La gravedad del desgarro fue tal que el médico del equipo, Tim Taft, le dijo a Kerr que era una lesión que normalmente acababa con la carrera de muchos jugadores. Kerr nunca creyó eso ni por un minuto, aunque cuando alguien le preguntaba qué haría si no pudiera volver a jugar, sonreía y decía: «Haré que despidan al entrenador Olson y tomaré su trabajo».
No hubo necesidad. Kerr se sometió a una cirugía reconstructiva. Trabajó toda la temporada 86/87 en su rehabilitación y reapareció en la temporada 87/88. En su regreso tenía una gran prueba de fuego. Primero jugaría contra Michigan y su base titular Gary Grant, al día siguiente contra Syracuse, liderado por sl base Sherman Douglas. Tuvo sus más y sus menos con Grant. Un triple decisivo de Kerr al final del partido pareció confirmar que su confianza estaba de vuelta.
«Dejaron de verme como una víctima y comenzaron a mirarme como una persona». La mayor prueba de esto es que las aficiones rivales comenzaron a hostigarle allá en todas las canchas a las que saltaba. Es algo normal sobre todo si te ven como una amenaza, y vaya si Steve Kerr y su extraordinario 57% en triples amenzaba las defensas contrarias. Kerr se fue haciendo inmune a estos tratos dispensados por las hinchadas rivales, pero hubo un grupo de aficionados que atravesó las líneas rojas. Nadie imaginaba en ese momento que alguien pudiera utilizar aquello en contra de Steve.
El 27 de febrero de 1988, Arizona jugaba contra sus más enconados rivales, Arizona State. Fue un comportamiento indigno de aficionados de un partido de baloncesto universitario. Uno de los sucesos que a muchos les gustaría borrar de la historia de esta competición por lo bochornoso de la actitud de un grupo minoritario. Un poco menos de una hora antes del inicio del partido, Kerr y sus compañeros de equipo salieron para lanzar a canasta y calentar con la cancha casi vacía. Un pequeño grupo de estudiantes de Arizona State, tal vez una docena de ellos, comenzó a burlarse de Kerr. «OLP, OLP (organización para la liberación de Palestina, el grupo terrorista al que se atribuía el atentado de Malcolm Kerr) Hey Kerr, ¿Where’s your dad?» (Oye Kerr, ¿Donde está tu padre?) «¡OLP, OLP, regresa a Beirut!»
Kerr no podía creer lo que estaba escuchando. Que alguien pueda ser tan cruel como para burlarse de él por el asesinato de su padre parecía imposible de creer. Nuevamente en el semivacío gimnasio retumbaban las voces de aquellos insensibles.
«Al principio, traté de olvidarlo», dijo Kerr. «Seguí lanzando un par de tiros más pero estaba temblando y mi cuerpo en realidad se sentía un poco entumecido. Tuve que irme y sentarme. Simplemente no podía creer que alguien hiciera eso». Sus compañeros no sabían qué hacer. La idea que cruzó por la mente de todos ellos era ir y callar a aquellos idiotas de una forma u otra. «Si hubiéramos hecho eso, habríamos terminado como los malos». Mientras se sentaba en el banquillo tratando de controlar sus emociones. Estaba en una situación en la que si hubiera perdido los nervios, nadie se lo hubiera reprochado.
Kerr canalizó toda aquella ira contenida en el partido. Normalmente Steve era un jugador de esperar abierto para tirar, pero aquel día quería la pelota para atacar a su defensor y generar sus propios tiros. Comenzó anotando un triple y levantando la mano hacia el público, luego cayó otro triple, y luego otro, y otro… así hasta seis triples y 20 puntos al descanso. Tras el paso por vestuarios la defensa de Arizona State utilizó una defensa caja y uno para frenar a Kerr, pero la obsesión fue tal que descuidaron al resto del equipo. Los Wildcats ganaron cómodamente por 101-73. Kerr volvió a demostrar una entereza loable.
Los aficionados despertaron al jugador competitivo que años más tarde vimos en la NBA. A pesar de esa apariencia físicamente frágil, aportó su granito de arena para la conquista de cinco campeonatos.
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