No estoy de acuerdo con el show business deportivo americano: la clave del deporte no está en la acción ni en el espectáculo.
Los espectadores resonamos con los deportistas porque hemos crecido, llorado y celebrado con ellos, aunque estén a unos siete mil kilómetros de distancia y sólo les veamos a través de una pantalla. Hemos vivido con ellos, y en cierto modo también nos han educado como toda la cultura y la historia que nos rodea desde que nacimos hasta que morimos. Los documentales sobre los deportistas de hoy, son los herederos directos de los poemas épicos sobre los caballeros de ayer, y no ha habido una historia en el deporte para mí como la de La Rosa de Chicago, Derrick Rose.
Hace un par de semanas entré a un sitio de comida rápida de Madrid a pedirme un campero de cena. El campero es un bocadillo originario de Málaga, y este lugar estaba decorado con botellas de Cartojal, pancartas de la Feria y una camiseta verde del Unicaja Baloncesto firmada en la pared. Una camiseta verde que me hizo volver durante un segundo muchos años atrás, un flashback a modo de Anunciación: al día siguiente se retiró del baloncesto profesional Derrick Martell Rose Sr. a los treinta y cinco años, después de quince temporadas jugando en la NBA. Probablemente el único ídolo de mi infancia y adolescencia; el único póster de mi habitación.
Ya ni lo sigo ni lo practico como antes, y aunque ahora comento más sobre fútbol, el baloncesto fue el deporte que me educó desde muy pequeño. De vez en cuando vuelvo a verlo, como aquel viejo amigo que fue inseparable en el colegio y ahora sólo ves una vez al año. Vuelvo al sonido de la red de la canasta y del bote del balón. Al chirrido de la suela de la zapatilla resonando en la cancha y al olor a galleta de la fábrica que había al lado de nuestro pabellón. A los viajes en equipo a partidos y torneos, y a los campamentos de verano del Unicaja Baloncesto en Málaga. A las mañanas viendo los highlights de la madrugada anterior, y a las tardes intentando meterte en la piel de tus jugadores favoritos en el entrenamiento. Cada día. Todos sabíamos que no seríamos profesionales, pero eso no nos impedía soñar, y si le preguntaras a un niño cómo sueña con jugar de mayor, te habría descrito cómo jugaba Derrick Rose.
Billie Jean King, tenista de la década de los 60, dijo la frase que preside la cancha principal del US Open «La presión es un privilegio». Derrick Rose empezó su carrera en la NBA en 2008 con el dorsal 1 a la espalda en los Chicago Bulls, el equipo de su ciudad. Rookie del Año en 2009, Campeón del Mundo con EEUU en Turquía 2010, y en 2011 ya era el MVP más joven de la historia de la liga. Los Bulls tardaron una década en encontrar a un digno sucesor después de la retirada al Olimpo de Michael Jordan. En plena transformación del juego interior noventero hacia la visión más smallball de amenaza total con la que dominarían unos años más tarde los Warriors de Stephen Curry, su violento atleticismo le hacía arrasar sin contemplación a todos sus rivales. No puedo recordar a un jugador del que se tuvieran expectativas más altas que Rose; y las superó.
Todas las cámaras dejaron de apuntar a LeBron James y al resto de estrellas para fijarse en la rosa de Chicago. Lo convocaron para jugar el All-Star, Adidas le firmó como embajador con uno de los mayores contratos que se han visto, y con el equipo mirando al anillo de campeón y él a su segundo MVP, Derrick Rose rodó por el parqué mientras se agarraba la rodilla izquierda. Los ligamentos no soportaron la presión. Se perdió una temporada entera, y al volver, esta vez fue la rodilla derecha la que dijo basta. El menisco tampoco pudo.
El apellido Rose se empezó a diluir gradualmente de su espalda cuando volvió a la siguiente temporada. De vez en cuando aparecía algún fogonazo de lo que fue, pero la camiseta no le quedaba igual. Los pétalos de una rosa son tan bellos como frágiles. Los problemas musculares cada vez le prestaban más atención, y las cámaras y los fans le dieron cada vez más la espalda. Los Chicago Bulls acabaron traspasando al que una vez fue su mesías a los New York Knicks, que acabó vagando por muchos otros equipos como un juguete olvidado en un desván hasta que los Utah Jazz cortaron su contrato en febrero de 2018. Ahora las gradas coreaban otros nombres, pues de aquella rosa de Illinois sólo quedaban pétalos caídos.
Yo nunca fui el mejor jugando al baloncesto, y hubo temporadas que comía mucho banquillo en mi equipo. A veces puede ser difícil sentirte parte de algo cuando no participas tanto como te gustaría. Es duro sentir que llevas puesta una camiseta que no te mereces, pero me enorgullezco de no haberme rendido y de haber entrenado todos los días al máximo como si fuera a jugar el siguiente sábado. Aproveché cada segundo de juego que me caía en las manos como un náufrago el agua potable, y aguanté y peleé hasta que la Selectividad acechó mi tiempo, y un entrenador casi me hizo dejar de amar el baloncesto. No se lo permití porque la pelota naranja había sido mi primer amor y no se lo merecía.
La carta de despedida de Derrick Rose empieza con un «Gracias a mi primer amor». Eso lo tenemos en común. Después de quedarse sin equipo un tiempo en 2018, los Minnesota Timberwolves le tendieron una mano y le firmaron por una temporada más. El 31 de octubre de 2018, Halloween, el nombre de Rose se iluminó por primera vez en el videomarcador del pabellón de los Timberwolves. Su primera titularidad con los lobos vino en un partido contra el equipo que le había cortado unos meses antes, los Utah Jazz.
Lo bonito del deporte es que pese a su corporativización, la pelota nunca olvida a quien la amó. La rosa volvió a florecer por una noche y nos regaló el mejor partido de su carrera, anotando 50 puntos, un fogonazo de lo que pudo haber sido si el cuerpo le hubiese permitido. Todos sus compañeros corrieron a abrazar a un Derrick Rose completamente emocionado en cuanto sonó la bocina. Miles de victorias en una sola, la victoria que ganó la guerra pese a todas esas derrotas a lo largo de su carrera. Rose se levantó esa noche de Halloween de 2018, y el mundo entero con él. Una lágrima de emoción por cada noche de dolor y entrenamiento.
Su apellido se puede traducir como “rosa”, y también como “levantó”. Todo el mundo lo llamaba la rosa por lo que podría haber sido, pero la realidad es que Derrick se levantó, y por eso es el único póster que seguiré teniendo en mi habitación.
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Ellos juegan para ganar. Nosotros ganamos para vivir.
En 'Tiempo de Basket' desde 31.01.2023